“Te haré entender,
y te enseñaré el camino
en que debes andar;
Sobre ti fijaré mis ojos.”
Sobre ti fijaré mis ojos.”
(Salmo 32:8).
Cuentan que el afamado científico Albert Einstein, a quien se le otorgó el Premio Nobel de Física en 1921, viajaba en cierta ocasión a un compromiso fuera de la ciudad. En eso, el ayudante del tren se le acercó para solicitarle el billete, pero, lamentablemente, el gran hombre de ciencia no lograba encontrarlo ni en su abrigo ni en su bolso. Entonces el ayudante del tren le tranquilizó con estas palabras: ”Todos sabemos quien es usted, Dr. Einstein; así es que no se preocupe por el boleto; todo está bien.” Y diciendo esto, siguió con su tarea de chequear los tickets al resto de pasajeros.
Minutos después, el ayudante vio a Einstein, puesto de rodillas, nuevamente afanado por encontrar su billete, esta vez por debajo de los asientos. Entonces el oficial insistió: “Dr. Einstein, por favor, ya le dije que no se preocupe por el boleto; sabemos quien es usted.” El científico, levantando la mirada, contestó: “Yo también sé quién soy . ¡Lo que no sé es,... a dónde voy!”…
Querido amigo, querida amiga: esta anécdota, muy característica en alguien como el célebre y distraído científico, podría ser un buen pretexto para preguntarte lo siguiente: ¿A estas alturas de tu existencia, cuando a lo mejor ya te conoces lo suficiente, ¿sabes a dónde vas?… ¿a dónde se dirige tu vida?… ¿Tienes un propósito definido para ella?… ¿O eres de esos indecisos a los que les gusta muchísimo comenzar algo nuevo como una meta, una carrera profesional, un trabajo, una relación afectiva, conyugal, un estilo de vida, etc, para, más adelante dejarlo todo a medias e ir nuevamente a otro inicio, porque de lo anterior ya se cansó? …
De ser así, date la oportunidad de que Jesucristo entre en tu vida y, si ya lo ha hecho, a que se afiance, a que sea el centro de tu carrera, de tu profesión, de tu oficio, de tu relación sentimental, de tu hogar. Él le dará a todo ello dirección, sentido y propósito. Sólo así, a la hora del gran final, podrás decir como algún pensador: “Confieso que no he vivido en vano”.
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