Frustrado en su actividad como predicador, rechazado en lo afectivo por algunas mujeres, Vincent se convirtió en un hombre melancólico, depresivo, que en algún momento se enredó con prostitutas, haciendo de una de ellas, Sien, la compañera de su vida, en quien encontró refugio y también, por contra, la contaminación de enfermedades venéreas.
Mientras vivió, no tuvo éxito con la venta de sus cuadros, siendo las aportaciones económicas de su hermano Theo las que le evitaron morirse de hambre. Más adelante, la epilepsia y la esquizofrenia aumentaron sus cuadros de dolor, hasta, incluso, llegar al suicido, ocurrido a sus escasos 37 años de edad.
Al respecto, cuentan los biógrafos, que Vincent, bajo el pretexto de ir a cazar cuervos, consiguió un revólver prestado con el que se disparó un tiro a la altura del plexo solar. No murió en el momento, y, después de aquella acción, regresó a su casa para esperar el final, que se dio dos días después.
Agregan, que en la antesala de la muerte pronunció su frase lapidaria: “la tristeza durará para siempre”.
Queridos hermanos, a todos nos sobrevienen días difíciles, tiempos duros, épocas de crisis, producto no sólo de las pruebas permitidas por Dios, sino de las malas decisiones que hemos tomado alguna vez en la vida.
Son esos tiempos de angustia, abatimiento o desesperación, donde no alcanzamos a ver solución alguna. Cuando, incluso, hemos renegado de Dios o, por lo menos, le hemos preguntado enérgicamente por qué permite esto o lo otro en nuestras vidas. Son esos tiempos en los que posiblemente, al igual que el citado pintor, lleguemos a declarar "equivocadamente" que la tristeza durará para siempre. "Equivocadamente”,... porque la tristeza no dura para siempre cuando realmente creemos en el Señor, en su Palabra y en sus promesas, cuando colocamos nuestras cargas a sus pies y aguardamos confiados.
Dice el populacho, a manera de refranes: “Dios aprieta pero no ahoga” ;“No hay mal que cien años dure”: “Dios no permite pruebas más allá de las que podamos resistir”…
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