A veces, en nuestra vida espiritual ocurre lo que con el agua estancada, que si no hay movimiento y no corre hacia el río de Dios, pronto acaba por perder su función que es ser de bendición para los demás, es decir, Dios manda lluvia a nuestra vida, y el agua esta ahí, llega viva, lista para que la uses bendiciendo a otros, pero si, en lugar de fluir o dejar que corra, decides que se quede almacenada, pronto pierde sus cualidades y su propósito.
Jesús dijo: “De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, correrán ríos de agua viva”. Juan 7:38 (Nueva Versión Internacional). Todos sabemos que un río tiene un camino que recorrer que desemboca en algún mar; si el agua no corriera, sería solamente un estanque del que el agua no sale hacia ninguna parte, y si al estanque no se le da movimiento, mantenimiento o uso, lo único que consigue es ser un lugar desagradable al que a nadie le beneficia acercarse.
Hay veces que sin saber por qué, nos sentimos como un estanque del que el agua no está dando lo que tiene que dar, sabemos que está, pero no sentimos que fluya o tenga vida; sí, hay momentos así, y creo que todos, o al menos la mayoría, pasamos por esa situación un tanto incómoda que nos hace sentir que no estamos cumpliendo con nuestra encomienda, con el propósito por el que fuimos llamados; es muy fácil llegar a ese punto en el que nos sentimos así, pero conscientes, o no, de los motivos que nos provocan ese sentimiento de estar estancados, siempre la mano de Dios estará cerca para remover el agua y hacerla correr hacia el mar de su presencia.
Puede ser que hoy te encuentres sintiendo que tu vida está estancada, y una y otra vez te preguntas cómo es que dejó de fluir el río en tu vida, pero piensa que a veces es necesario llegar a esos momentos, para darnos cuenta de que las cosas no fluyen por nosotros mismos, sino por la gracia de Dios, que todo empieza por Dios y termina en Dios. Puede ser que un obstáculo fuera la causa de que tu vida se estancara y hasta hoy no hayas podido hacer nada, pues bien, entonces es el momento de que dejes que Dios actúe y remueva tu estanque, que quite los obstáculos y permita que el agua siga corriendo hasta llegar a donde Él quiere que llegue.
Tú naciste para ser un río caudaloso, un río que recibe y lleva bendición a su paso, hasta que llega a rencontrarse con el mar de la presencia y el amor de Dios. Es cierto que, a veces, en tu camino puedes encontrarte con obstáculos y trabas que quieren impedir que llegues a tu destino, que habrá ocasiones en las que pienses que el agua ha dejado de fluir, momentos en los que sientes que estás en un estanque al que no sabes como llegaste. Pero si de algo puedes estar seguro, es de que Dios siempre estará cerca para quitar barreras y remover tus impedimentos, de modo que vuelvas a sentir cómo el agua viva de su Espíritu sigue corriendo por tu ser.
Sentir que el agua viva, que es Dios, ya no fluye, es como perder el sentimiento de Su presencia en nuestra vida, ¿y sabes?: eso nunca sucede. Una buena forma de solucionar ese sentimiento equivocado es recordar que Dios nunca se aleja de ti; a pesar de tus errores, de tus acciones en estos últimos días o de tu falta de disposición a atender Su voz, su mano aún está extendida y dispuesta a remover tu estanque y hacer que tu río fluya y de tu interior vuelvan a brotar esos ríos de agua viva; si hubiese agua estancada, Dios está dispuesto a limpiarla, basta con tus palabras sinceras pidiendo que lo haga.
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