lunes, 28 de enero de 2013

Manos vacías, pero corazón sincero - Devocional

“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” 
Salmos 42:2 (Reina-Valera 1960)
¿Has llegado a un momento en tu vida en donde por alguna razón le estás pidiendo algo a Dios y, al reflexionar sobre tu vida, te das cuenta de que tú no le estás dando nada a Él?
La mayoría de nosotros tenemos grandes necesidades que, por cierto, esperamos que Dios pueda suplir; somos muy buenos para pedir y muy malos para dar.
Por una parte queremos que Dios nos dé todo lo que le pidamos, pero por otra parte nosotros no estamos prestos a darle nada a Él, exigimos, pero no nos exigimos a nosotros mismos en el sentido de vivir una vida más agradable a Dios.
A veces hasta llego a sentir un poco de vergüenza al pedirle a Dios algo y, al mismo tiempo, darme cuenta que yo no le estoy dando nada a Él.
¿Qué podemos darle a Dios que Él no tenga? Hablando en sentido material, nada, pero más allá de lo material podemos darle a Dios nuestro corazón, nuestra sincera intención de vivir para Él, de servirle, de ayudar a otros a encontrar ese camino que nosotros ya encontramos.
A veces me veo delante de Dios con las manos vacías, sin nada que poderle dar, pero sí mucho que exigir que Él me dé; es allí en donde me veo en la urgente necesidad de sincerarme delante de Dios, de reconocer mi falta de pasión por vivir conforme a su voluntad o de mejorar aquellas áreas de mi vida que muy bien sé que tengo que mejorar.
Quizá los últimos días has estado pidiendo con urgencia algo a Dios, quizá anhelas que pueda responderte a la mayor brevedad; sin embargo hay en tu vida muchas cosas que debes mejorar, pero que por alguna razón no has hecho nada por hacerlo, y es allí en donde debes reflexionar lo mucho que quieres que Dios responda, pero al mismo tiempo lo poco que estás dando de ti para que Él se perfeccione en tu vida.
Dios puede contestar al instante o si gusta puede esperar para hacerlo, pero, aparte de una respuesta de Dios, nosotros deberíamos buscarle con un corazón sincero, no sólo porque necesitamos una respuesta urgente o un milagro sorprendente, sino porque estar a su lado es lo mejor que nos ha pasado y pasará. Porque a pesar de vivir situaciones dolorosas y difíciles, Él nos da paz, esa paz que sobrepasa nuestro entendimiento y que nos aumenta la fe para creer que si estamos junto a Él todo nos saldrá bien.
Motivémonos para dar a Dios lo que podamos darle; no se trata de algo económico o material, sino más bien darle a Él toda nuestra intención de agradarle, darle a Él todo nuestro deseo de ser mejor cada día, de buscarle más, de edificar en nosotros una vida, un tiempo devocional.
Que cuando nos presentemos delante de Dios sea con un corazón dispuesto a buscarle, a amarle, a hacer todo para Él, a disponernos completamente para que su plan se cumpla en nuestra vida.
Vivamos cada día tratando de ser mejores cristianos, mejores amigos, mejores familiares, mejores hijos de Dios, mejores servidores y, entonces, Dios observará esa intención de nuestro corazón y el esfuerzo que hacemos diariamente por ser mejores en todo, y, como consecuencia, sus respuestas comenzarán a fluir con libertad en nuestra vida.
Cuando nosotros tratamos de darle a Dios lo mejor de nosotros, Él nos responde con lo mejor para nosotros.

¡Presentémonos delante de Él con un corazón sincero y transparente!

“Oh, Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.” 

Salmos 5:3 (Reina-Valera 1960)

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