miércoles, 9 de enero de 2013

La culpa es de ellos - mensajes de ánimo - vídeo

LA CULPA
En ti confían los que conocen tu nombre,
porque Tú, Señor,
jamás abandonas a los que te buscan.
(Salmo 9:10)
Es interesante escuchar las justificaciones de los jugadores de fútbol al término de un partido que lo hayan perdido. Entre las más tradicionales se esgrimen  éstas: “Estuvimos jugando bien, pero las malas decisiones del árbitro nos perjudicaron”… “Creo que hicimos un buen partido, pero por ser visitantes no tuvimos el respaldo masivo de nuestro público”… “Considero que nuestra condición de locales nos presionó tanto que  nos llevó a cometer  errores”… “Teníamos el partido en el bolsillo, lamentablemente el mal estado de la cancha…”
Excusas como estas, y otras, son parte de una vieja tradición humana de buscar culpables para justificar nuestros  desaciertos y no quedar  tan mal en público.
La mayoría  hemos sido formados de esa manera, con un amor absoluto al triunfo y una negación total a la pérdida del mismo, de tal manera que si ésta se da, debemos taparla de cualquier forma, aunque sea inculpando a otros.
Recordemos que los pretextos siempre estuvieron a la orden del día: Los varones, al estilo de Adán,  culpando a la mujer; las mujeres, al estilo de Eva, culpando a la serpiente; el estudiante que no aprueba el curso escolar culpa al profesor; el jugador que yerra un penalti, culpa a la trayectoria del viento; el empleado que llega retrasado a la oficina, culpa al embotellamiento del tráfico; la autoridad que no cumple sus promesas de campaña, culpa a su antecesor; el escribano inhábil culpa a la pluma por su mala letra; el cazador culpa al pájaro por haberse movido … y así… hasta el infinito.

Muchas personas que en el paso de la vida se han declarado frustradas, generalmente han acusado de su fracaso a su padre pobre o vicioso;  a la madre por falta de afecto; al vecino, por   haberle negado un préstamo; a cierto profesor, porque le hizo perder el año, o al amigo, porque alguna vez le traicionó…

Hermanos, os invito a que cada vez que fallemos en algún propósito de la vida, reconozcamos nuestra parte de culpa, aprendamos del error, empecemos de nuevo, y dejemos de escudarnos  acusando a otro o a otros como culpables.
Creo que alguien dijo que "si al hervir la leche se nos derrama, la culpa no es de la vaca".
Concentrémonos, pues, en el único en quien podemos confiar, en Aquél que jamás nos ha fallado ni nos fallará: en Dios. Encomendemos a Él nuestras jornadas; depositemos a sus pies nuestros  afanes,  tribulaciones y fracasos.
El conoce nuestras fortalezas y debilidades, por lo tanto no se traga el cuento de las clásicas o modernas excusas.
La Sagrada Escritura dice:

“Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en Él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto.” (Jeremías 17:7-8).


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