Cuenta el decimoctavo libro de la Sagrada Escritura que la esposa de Job, en medio de la aflicción y las enormes pruebas financieras y de salud que él estaba padeciendo, le increpó de la siguiente manera: “…¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete! Pero Job le respondió: “Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos también recibir lo malo?”…(Job 2:9,10)
¿Saber recibir lo malo? … Es ésta una declaración que, en la actualidad, a muchos nos gustaría repetirla y, sobre todo, aplicarla con convicción a nuestra vida diaria.
En la Biblia encontramos múltiples ejemplos de hombres y mujeres que de igual manera recibieron, con serenidad y temple, lo que en ese momento parecía malo; personajes que pese a ser probados en su fe, no menguaron en su confianza y el amor hacia su Creador. Los casos son múltiples, pero como ilustración nos bastaría con recordar a algunos líderes escogidos por Dios. Por ejemplo: Noé, frente a la incredulidad de su gente; Moisés, frente a la inconstancia de su pueblo; las dos esposas de Esaú, que fueron una fuente de amargura para Isaac y Rebeca. David, afrontando los celos enfermizos de su suegro, el rey Saúl, y también cargando su propia debilidad por las mujeres.
Imaginemos los conflictos familiares del profeta Oseas, cuya esposa fue adúltera. Acordémonos que Noemí tuvo que soportar la dolorosa pérdida de su esposo y de sus dos hijos. Recordemos a José frente a la ingratitud de sus hermanos, el exilio, y la esclavitud. Pensemos en la experiencia amarga de Job, al ser puesto a prueba con la muerte de sus diez hijos, su bancarrota financiera y su penosa enfermedad, a lo que se agregó la frialdad de su esposa y la crítica de sus amigos.
El mismo Jesucristo, en su esencia humana, sobrellevó padecimientos, tentaciones y privaciones.
Por ello es bueno que cada vez que estemos acuciados por los problemas, penurias o sufrimientos, recordemos que no fuimos, no somos, ni seremos los únicos; que todos llevamos cargas, o que, al estilo del apóstol Pablo, se nos ha puesto un aguijón que molesta nuestra carne, y del cual no sólo tenemos que pedir a Dios que nos lo retire, sino más bien que nos conceda el temple y la serenidad para resistirlo.
Aprendamos a confiar, a esperar, y a alabarle a Él, no sólo en los tiempos buenos, sino también en los que nos parecen malos para nuestros intereses; y digamos también como Job: Si de Dios sabemos aceptar lo bueno, ¿no sabremos también aceptar lo malo?
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