lunes, 17 de diciembre de 2012

Sus manos - Devocionales, Meditaciones, Reflexión

El lunes, cuando desperté, parecía que algo horrendo le había ocurrido a mi mano izquierda, estaba hinchada, roja y con una protuberancia que no sabía de dónde venía. Además del aspecto, le acompañaba un dolor intenso que me impedía moverla e incluso extender el brazo. El martes fue peor, el miércoles aún más y el jueves ya era insoportable. Cuando fui al médico,éste, inmediatamente se escandalizó al ver la hinchazón, me tomó radiografías; el hueso estaba en perfecto estado y su diagnóstico fue claro: tendinitis y un posible quiste sinovial. Las instrucciones también fueron también claras: reposo ABSOLUTO, inmovilización de la muñeca, kinesioterapia y medicamentos.
Lo más difícil de todo ha sido el no poder hacer las cosas por mi misma, desde vestirme hasta prepararme algo de comer. Para todo requiero ayuda y, cuando intento hacer algo sola, termino haciendo un despelote o tirándolo todo al suelo, acompañado, por supuesto, de mucha impotencia después de una carcajada tragicómica por la situación vivida.
Pienso que esta situación no está tan distante de nuestra realidad cristiana, todos en algún momento hemos tenido un brazo inmovilizado por alguna razón; tal vez estábamos esperando una respuesta que tardaba en llegar, o tal vez estábamos viviendo una situación familiar extrema, o la enfermedad de un ser querido,…pero experimentamos la sensación de que nos falta un brazo, nos faltan apoyos para poder lograrlo y, cuando intentamos hacer algo, sólo estropeamos la situación poniéndolo todo aún más tenso o triste. Tener este brazo inmovilizado nos llena de impotencia, de incomodidad, de dolor.
Después de mi visita al doctor mi mano y mi muñeca continuaron de la misma manera, el dolor disminuyó un poco y la hinchazón también, pero la incomodidad e inmovilidad persistieron. Sin embargo, el día viernes, al almorzar, vi mi plato y estaba toda la comida troceada para llegar y comerla. ¿Quién había sido? Mi madre. Entendiendo mi dolor e incomodidad, troceó todo lo que yo precisaba cortar, sin preguntármelo antes, para facilitar mi alimentación y ayudarme. Y así han sido todos estos días; mi madre y mi hermana me han ayudado a vestirme, a ducharme, a preparar mis comidas, a preparar mis bolsos, todo lo que por mí misma no era capaz de realizar.
Así ocurre también con Dios, son Sus brazos los que aparecen en las mejores y peores escenas de nuestra vida; ésas en las que pensamos que no hay nada más que podamos hacer, que por más que intentemos realizar algo todo resulta mal. Dios está allí, con Sus manos disponibles para arreglar tus desastres para sacarte adelante. No seas porfiada como yo, que en vez de dejar el brazo inmóvil se me ocurre hasta irme a un campamento misionero por una semana, permite que Él te transforme en Sus brazos, en Sus manos y que todo lo que toque lo transforme en bendición para ti y para otros.

¡Disfruta del mejor par de brazos que jamás imaginaste tener!

Poly Toro

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