
Su amor por Dios afectará de forma natural a sus relaciones con los que le rodean. Esto funciona así: si usted ama al Señor, su Dios, amará a su prójimo. ¿Y quiénes son sus prójimos más cercanos?: su esposa y sus hijos. Así como su esposa recibe las bendiciones de su relación con Dios, sus hijos también recibirán estas mismas bendiciones. El orden de prioridad es evidente: debemos primero buscar al Señor con nuestro corazón antes de instruir a los hijos en los caminos de Dios. Porque aunque nunca logremos vivir nuestro papel de padres de manera perfecta, sin embargo, nuestro deseo y esfuerzo genuinos de amar, obedecer y crecer día a día en el conocimiento de Dios, podrán sentirse en toda la familia. De manera que nos haremos, primero, un examen interior. Tal como esté su corazón, así estará su familia. Si su corazón no está bien, ningún sistema de crianza de los hijos funcionará. Del estado de su corazón depende su paternidad.
Así como su relación con Dios afecta a su conducta, de igual manera el comportamiento de sus hijos estará determinado por la relación de su corazón con Dios. Por lo tanto, debemos preocuparnos por el corazón de nuestros hijos. este es el punto de partida para cuidar de ellos. Si el comportamiento de los jóvenes va siempre dirigido por el corazón, entonces la disciplina y el entrenamiento, ocupaciones propias de la paternidad, deben también ser dirigidas por el corazón. Por lo tanto, la corrección, la disciplina y la instrucción, tareas propias del padre, deben dirigirse al corazón de los hijos. La tarea fundamental de los padres es pastorear el corazón de ellos.
Dios les bendiga.
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