Lo verdaderamente importante de esto es que no podemos, ni debemos, esperar que los demás llenen nuestras expectativas o satisfagan nuestras necesidades, porque TODOS fallamos; cada uno busca egoistamente su propio bien sin importarle el bienestar de los demás.
El único que puede llenar y cumplir TODO en nosotros es Dios, nuestro Padre celestial, el cual nos ama incondicionalmente; Él es el único que nos conoce perfectamente y sabe de qué tenemos necesidad, antes incluso de que se lo digamos o se lo pidamos. Sólo Él le puede dar sentido y propósito a nuestra vida.
Los seres humanos fallamos; por eso es una necedad esperar lo mejor de los demás, o pretender que el éxito y la felicidad provengan de los demás. Es Dios quien le da sentido, dirección y propósito a nuestra vida. Debemos anhelar ser llenos de Su presencia cada día, porque "en Su presencia hay plenitud de gozo; delicias a su diestra para siempre”, Sal. 16:11
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