Esta fuerte crisis terminó de manera no muy favorable para algunas personas. Sufrieron mucho por causa mía y yo terminé exhausta, sin ganas ni voluntad para nada. En medio de esta montaña rusa de emociones nada parecía mejorar. Cuando pasó un poco el tiempo bajaron las revoluciones y todo entró en una aparente calma que se mantuvo con el correr de los meses. Sin embargo, no había vuelto a pensar en este estado ni en esta etapa hasta hace poco tiempo atrás, hasta que alguien vivió una situación muy similar a la que les menciono.
Lo que más me impresiona de todo es lo fácil que olvidamos las circunstancias por las que pasamos, lo rápido que olvidamos los momentos en que Dios nos ha sostenido con Su mano poderosa y cómo nos ha enseñado a partir de esa circunstancia. Hoy miro atrás, sólo un año atrás, y me doy cuenta de que soy una persona totalmente distinta. Por fuera sigo siendo exactamente igual, exactamente igual de pequeña para quienes me conocen, pero por dentro algo cambió y cambió para siempre. Este cambio fue positivo, me hizo crecer, pero también generó mucho dolor. A veces crecer duele y aprender cansa. Pero ambos nos acompañan durante el resto de nuestras vidas.
Me gustaría que pudiésemos hacer constantemente el ejercicio de pensar quiénes éramos hace un año atrás a partir de la fecha en que, por ejemplo, lees este devocional. Tal vez no recuerdes el día exacto, pero sí el mes o la época. Tal vez recuerdes tus circunstancias y puedas verte cómo estabas en ese tiempo; siempre he pensado que somos personas en constante cambio, por lo que si te ves exactamente igual que hace un año atrás…algo está ocurriendo. Te invito a pensar en esto de manera permanente: Dios es un Dios de cambios y de avance, no es un Dios estático. Si nosotros fuimos creados a Su imagen y semejanza, está en nuestro ADN la posibilidad de cambiar. Atrevámonos, Dios se mueve con los que se mueven.
Poly Toro
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