lunes, 15 de octubre de 2012

La Ciencia de Dios - devocional

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar,  en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastre sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creo: varón y hembra los creó.”
Génesis 1:26-27
La Ciencia de Dios es el conocimiento de Dios, de nosotros mismos y del propósito con que fuimos creados. Aunque fuimos creados como seres tripartitos (espíritu, alma y cuerpo), estudiemos el alma ya que se encuentra en el centro de nuestro ser y  podemos evidenciarla fácilmente, pues allí está el sustento  de nuestra personalidad, de nuestros sentimientos, pensamientos y voluntad.
Así como existe La Ciencia de Dios, y está claramente explicada en el Manual de Vida que es La Palabra de Dios, La Biblia, y que nos habla de principio a fin de la misma persona: Jesucristo, que vino para darnos vida y vida en abundancia, para hacernos libres de las cadenas del pecado,  también existe un conocimiento de qué es el mundo, una ciencia mundana y un personaje central que está detrás de todo esto, que es el anticristo y el enemigo de Dios, quien, según las mismas palabras de Jesús, vino para robar, engañar y destruir, esclavizando a la humanidad por medio del pecado.
Desafortunadamente, y debido a la sed insaciable de riqueza de algunos seres humanos, todo termina en procesos de mercadeo donde se manipula la voluntad, el miedo y la ignorancia (o falta de conocimiento) de las personas, para inducirlas a tomar decisiones que sólo perjudican y retardan su crecimiento espiritual.
Estos procesos o teorías son engañosas y no provienen de Dios; son la doctrina de Satanás y su  estrategia  para  engañar y desviar a los creyentes, para esclavizar, para tentar, para endeudar, para someter y mantener en temor a las personas que no tienen un criterio claro de lo que es bueno y conveniente para sus vidas y lo que no, es decir, les falta discernimiento y se dejan llevar por publicidad, propagandas, avisos y en algunos casos hasta por envidia, porque quieren hacer y tener todo lo que su prójimo tiene.
Seamos pues entendidos de cuál es la buena y perfecta voluntad de Dios para nuestra vida comenzando por conocernos a nosotros mismos, cómo Dios nos creó originalmente y el propósito para el cual fuimos creados, que fue para señorearnos sobre la creación y alabarle en espíritu y en verdad,  para vivir en comunión con Dios a través de Su Espíritu y en armonía con nuestros semejantes.
Prov. 9.10 El conocimiento del Santísimo, es la Inteligencia.
Oseas. 4:6 Pueblo que fue destruido porque le faltó conocimiento.
Isaías. 11.9 La tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.
Estos son apenas un par de versículos que nos invitan a reflexionar y nos motivan a crecer en el conocimiento de Dios y de nosotros mismos, como su obra, su creación, y, como vasijas de barro, portadores de la Gloria de Dios.
Quiero recordar a manera de introducción, las palabras de Jesús cuando dijo, en Lv. 19:18: “sino que amarás a tu prójimo, como a ti mismo”.  Sin embargo, no todos nos amamos a nosotros mismos como debemos amarnos, bajo la óptica de Dios, según su perfecta voluntad para nuestra vida y,... si no nos estamos amando a nosotros mismos de forma correcta, ¿cómo podemos amar a nuestros semejantes o a nuestro prójimo?
Nuestra capacidad de amar se encuentra en nuestros sentimientos, en el alma, es decir, en nuestro corazón, en el centro de nuestro ser, pero no nos amamos en la forma correcta, porque nuestra alma se encuentra atrapada por la mentira del mundo y anclada por el pecado que no la deja progresar; aún se encuentra sucia, pues, aunque seamos salvos, no le hemos permitido al Espíritu Santo limpiarnos totalmente;  aún no nos encontramos libres de ataduras, de aquellos pequeños y tal vez insignificantes fallos que creemos que no le hacen daño a nadie, como la mentira o el robo, por pequeño que este sea, la deshonestidad, el engaño, la envidia, la vanidad, la lujuria, la infidelidad, la glotonería, la pereza, la ira, el rencor, la falta de perdón…. y muchos más. La lista puede ser interminable pero, aunque creemos que no le hacemos daño a nadie, en realidad nos hacen daño a nosotros mismos, a nuestra alma, pues no la dejan prosperar y la hacen infeliz y debido a que éstos, por pequeños que sean, son pecados, aunque les llamemos pecaditos, chiquitos, etc., para Dios son PECADO y la consecuencia del pecado es muerte, es dolor, es depresión, es enfermedad, es pobreza, es escasez, es llanto y rugir de dientes…. Si de verdad quieres aprender a amarte a ti mismo, corta con todas estas maldiciones que aprisionan tu alma manteniéndola cautiva y sin posibilidades de prosperar en el sentido espiritual.  A nadie le gusta sufrir, ni sentir el dolor, la pena y la angustia, y lo que causa todo esto es nuestra flaqueza, nuestra debilidad frente al pecado, nuestra indecisión y tibieza de corazón;   pero si nos amáramos a nosotros mismos, querríamos que nuestra alma prosperara, que fuera libre, limpia y conforme al propósito con que Dios nos creó, y aborreceríamos el pecado.
Pero el arma, la decisión de no pecar es nuestra, el libre albedrío es nuestro; decir no a la tentación, es decisión nuestra, y entonces sí estaremos permitiendo a Dios limpiarnos, hacernos libres, fuertes, prósperos, saludables y bendecidos.
Así que, hermanos, reconozcamos nuestras debilidades y flaquezas y oremos para que Dios nos ayude a combatirlas y eliminarlas de nuestra alma, porque para eso nos creó Dios con el poder de la Voluntad, el libre albedrío y la capacidad de actuar o de no actuar. Dios también nos ha dado discernimiento para saber lo bueno y lo malo según su Manual de Vida, pues no todo lo bueno para el mundo es bueno para Dios, ni todo lo malo para el mundo es malo para Dios.
Aprendamos a amarnos, a evitarnos sufrimientos y dolor producto del pecado, las tentaciones y las caídas, y entonces sí aprenderemos a amar a nuestros semejantes.

Permitamos que la Tierra sea llena del conocimiento y la gloria de Dios.

Comencemos por nosotros mismos.

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