Nuestro benigno Dios, viendo cuántos atractivos tiene para nosotros el pecado, ha querido, para llevarnos a Él, ejercer sobre nosotros el más poderoso atractivo de su amor. ¿No recordamos aún cómo nos atrajo el mejor amigo de nuestras almas para arrancarnos de los encantos del mundo? Esto mismo está dispuesto a hacer cuantas veces sea necesario para sacarnos de las redes del pecado.
Dios promete, con el fin de ejercer una acción más eficaz con nosotros, llevarnos a un lugar apartado, que no es precisamente un paraíso sino un desierto, porque allí nada habrá que pueda estorbar nuestra atención por las cosas de Dios. En el desierto de la aflicción la presencia de Dios es nuestro mayor bien; allí juzgamos su compañía mucho más apreciada que la de nuestros amigos cuando estábamos sentados bajo nuestra vid y nuestra higuera.
La soledad y la aflicción sirven para acercarnos a nuestro Padre mucho mejor que cualquier otro medio. Cuando de este modo somos apartados y llevados a Él, el Señor puede decirnos muchas cosas excelentes para nuestro consuelo. ¡Ojalá pudiéramos saber por experiencia cuán grande es el valor de esta promesa! Atraídos por su amor, separados por la prueba y consolados por el Espíritu de verdad, conoceremos al Señor y cantaremos con gozo sus alabanzas.
Hoy..Quiero ser atraído por Él al desierto para escuchar su voz allí.
Señor, Gracias por atraerme con tu amor y bondad y sostenerme con tu brazo fuerte. Amén.
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