A veces parece que se nos olvida rápidamente lo que Dios sí ha hecho en nuestra vida y permitimos que, de un momento a otro, un sentimiento de derrota inunde nuestro ser provocando que nuestros pensamientos se llenen de puras frases y palabras, que lejos de alentarnos nos terminan de desanimar todavía más.
Estar parado allí, en ese momento en donde las fuerzas parece que se acabaron, en donde por alguna razón queremos rendirnos y no seguir luchando, es uno de los momentos más duros que experimentamos.
Pero a pesar de todo esto hay algo que me llama la atención, y es que siempre que un sentimiento de derrota inunda nuestra vida y los deseos de rendirnos aparecen, Dios se la ingenia y, de alguna manera, hace que recobremos esa fuerza que momentos antes creíamos no tener.
Personalmente recuerdo muchos momentos en donde sentía que ya no podía más, en donde parecía que era más fácil darme por vencido que seguir luchando, en donde las fuerzas se me habían acabado y en donde me encontraba solo con el Señor, a punto de colgar mis guantes, de decirle que ya no podía, ni quería seguir luchando más.
Pero en cada momento de esos, en cada situación en donde quise rendirme, Dios siempre se las ingeniaba y provocaba en esa habitación un ambiente diferente; mi habitación se llenaba de su presencia, podía sentir su abrazo y aquel hombre que estaba a punto de rendirse ahora lloraba como un niño, mientras su Padre lo abrazaba con ternura y le decía: “¡Claro que puedes, eres mi hijo!”.
Sentir la presencia de Dios en esos instantes fue una de las mejores experiencias que sentí en mi vida cristiana. Cada vez que quería rendirme Dios me hacia sentir que no estaba solo, que Él estaba a mi lado.
Quizás los últimos días un pensamiento o sentimiento de derrota ha estado inundando tu mente y tu ser. Puede que sientas en este momento que es mas fácil rendirte que seguir luchando, quizá sientes que aunque quieras seguir ya no puedes, que todo está acabado, que todo está perdido.
Pero hoy quiero invitarte a hacer algo diferente, ve a un lugar a solas en donde no haya nadie más. Quizá en este momento puede que estés solo en esa habitación, oficina o donde sea.
Quiero que sepas que Dios conoce el sentimiento que en esta hora te embarga; quiero que sepas que a Dios no se le ha escapado ningún detalle de tu vida, y aunque en este momento te sientas solo y olvidado no lo estás, porque Dios está allí mismo junto a ti y Él aún no ha terminado contigo.
Dios sabe lo mal que lo estás pasando. Él sabe lo que sientes, que ya no tienes más fuerzas para seguir luchando, pero a pesar de ello Él sigue creyendo en que lo vas a lograr, no por lo que en este momento sientas sino porque Él lo hará en tu vida.
Cierra tus ojos allí donde estás, deja que Dios te abrace fuertemente, deja que Él te haga sentir lo importante que eres para Él, permite que te susurre al oído y te diga: “¡Claro que puedes, eres mi hijo o eres mi hija!”.
Si vas llorar como un niño delante de Él, hazlo, porque mientras lo hagas Dios te abrazará más fuertemente, te hará sentir suyo, acariciará tu cabeza y, mientras limpia las lagrimas de tu rostro, te dirá:
“¡Claro que puedes, porque YO estoy contigo!”
“Cristo me da fuerzas para enfrentarme a toda clase de situaciones”.
Filipenses 4:13 (Traducción en lenguaje actual)
Enrique Monterroza
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