Me duele, Señor, la condición del hombre,
Me duele su dolor, su tensa rabia;
Me duele su hastío y su pobreza,
Me duele su infortunio y su ignorancia.
Me duele verle triste y agobiado,
Perdido en sombras milenarias,
Vagando sin Ti, e indiferente,
El hombre que te ha dado las espaldas…
¡Cuánta miseria y cuánta extravagancia!
¡Cuánta risa hueca y cuánta lágrima!
¡Cuánta falta de amor, de amor genuino!
¡Cuántos gritos que se pierden en la nada!
Sí, Señor, me duele mucho el hombre,
Y mientras no me llegue a tu cruz para abrazarla,
Seguiré cargando a solas mi dolor,
Seguiré soportándolo en mi alma…
Déjame abrevar en tus aguas cristalinas,
Quita las espinas de mi llaga,
Quita este dolor que me destruye,
¡Y calma la sed de mi garganta!
Y mira, Señor… Ya no me duele el hombre,
Parece que el ayer no me importara,
¡Tu cruz ha sanado mis heridas!
¡Tu amor ha quitado aquella carga!
¡Y hoy soy feliz, feliz por siempre!
¡Estoy henchido de gozo y esperanza!
Y voy caminando, lentamente,
¡Construyendo el hombre con tu gracia!
Un nuevo hombre… Un hombre nuevo,
Que en un nuevo génesis se engarza,
Un niño, que te ama y que desea,
¡Ser el hombre eterno de tu raza!
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