Arrastrándose dentro del límite de aquellas cuatro paredes, rodeado de papá, mamá y otros miembros de la familia, cuán felices éramos. Cuán entusiasmados solíamos estar viendo las comedias en TV, recibiendo juguetes, comiendo chocolate, etc.
Con una frontera ampliada de la vida y con más amigos a nuestros alrededor, se supone que deberíamos ser aún más felices. Pero, ¿realmente lo somos?
Antes de que desarrollásemos sistemas de educación, buenos medios de transporte y comunicación, etc., éramos felices. Pero ahora, con todos estos avances, ¿por qué no podemos ser felices?
Tenemos la habilidad y tecnología para alcanzar el espacio exterior… y sin embargo no podemos desarrollar una tecnología para traer una sonrisa al rostro de alguien. Las necesidades y quereres nos impulsan hacia todos estos descubrimientos y nos llevan hacia el lujo. Estos son los mismos quereres que, en un extremo, se convierten en deseos… deseos ilimitados en los que nos ahogamos.
Nos estamos ahogando deseando más amor, más lujo, más comodidad y más éxito.
Hemos acumulado vastos conocimientos aunque fallamos en comprender la sencilla verdad de la vida: la vida es una travesía y tenemos que aceptar todo lo que nos sale al encuentro. La única manera de sonreír es aceptar lo que somos y lo que tenemos…, nunca correr y lamentarnos por lo que no tenemos.
Este pensamiento es casi un clamor existencialista, que me recuerda la angustia de muchos en la década de los setenta en el siglo pasado (el XX). Pareciera ser, exactamente, un acierto para muchos en medio del Occidente. Animados por la cultura que nos rodea, nos hemos lanzado en busca de un sueño colectivo que jamás lograremos alcanzar porque es irreal. Y es que, como bien dice el autor, la vida nos brinda en medio de su evidente complejidad, la oportunidad de ser felices si la sabemos vivir con sencillez, con una actitud agradecida al Señor por quienes somos (en vez de quejarnos por quienes no somos o por quienes nos hubiera gustado ser), y lo que tenemos (en vez de lamentarnos por lo que no tenemos o hubiésemos querido tener). No hay sustituto para una vida de genuino contentamiento delante de Dios. Atrevámonos a abrazar ese estilo de vida… que no sólo nos bendecirá a nosotros sino también a todos los que nos rodean.
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