martes, 24 de julio de 2012

Con los ojos de Dios - Crecimiento Personal

Después de un mes de viajar todas las tardes desde el sur de la ciudad de México hasta el norte, para visitar en el hospital de la Raza a mi mamá que había estado en terapia intensiva y por fin la habían trasladado a “piso”, es decir, a un lugar con otros enfermos que ya no se encuentran en peligro inminente, pero que todavía requieren cuidados, esta rutina comenzaba a cansarme.
Todos los días en total hacía de 3 a 4 horas en transporte (ida y vuelta) para poder pasar una o dos horas con mi madre. Como dije, esto me estaba cansando. Por supuesto quería estar cerca de ella pero yo tenía hijos pequeños y debía atender esas prioridades.
Entonces, un día, leyendo la Biblia me topé con 1 Pedro 1:6.  Donde dice: aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas.  ¡Vaya! pensé ¡Si tan sólo pudiera ver esto como lo ves tú, Señor,  como “un poco de tiempo...” Suspiré.
A partir del día siguiente las cosas cambiaron. Durante mi travesía en metro, de pronto sentí que Dios me decía: “dile a aquel hombre que le amo”. Yo me sorprendí.  Era un señor bastante malencarado que iba sentado frente a mí. Me puse nerviosa pero la voz insistía: “dile que le amo”. Con un poco de nerviosismo me puse de pie.  El tren paró en la estación y poco antes de que las puertas se abrieran me acerqué al hombre y le dije: “Dios dice que le ama”. El señor me miró refunfuñando, agresivo, y dijo: ¿Qué? Las puertas se abrieron y yo repetí con calma: “Dios dice que le ama”.
Sinceramente, no me quedé a esperar su reacción. Estaba tan asustada que salí corriendo y las puertas del vagón se cerraron detrás de mí.  Luego, me reía para mis adentros… ¡eso fue algo muy atrevido, Señor! Y mientras caminaba meditando con una alegría secreta en mi corazón, llegué al hospital; atravesaba los patios cuando, frente a mí, venía una muchachita caminando sin ninguna expresión especial en el rostro. Entonces Dios me volvió a guiar: “abrázala”. Yo estaba atónita, pero había algo en mí que me impelía a obedecer. Con ciertas reservas me interpuse en el camino de la joven y le dije: ¿puedo darte un abrazo?
No te conozco, ni sé nada de ti, pero creo que Dios sabe que necesitas un abrazo. Acto seguido, ella se lanzó a mis brazos y se puso a llorar. Yo no pude decir nada, solamente la abracé y le pedí a Dios que la hiciera sentir Su amor y consuelo.
Después de estos eventos yo estaba maravillada, y al día siguiente estaba expectante por saber qué cosas pondría Dios delante de mí. Desde que salí de mi casa rumbo al hospital me mantuve alerta… y no falló: era darle palabras de aliento a alguien,... darle masaje en la espalda a algún familiar de una de las enfermas..., darle un caramelo a un niño… ¡en fin!  Así continuó todos los días, hasta que tres meses después mi madre abandonó el hospital para regresar a su casa.  Debo decir que jamás volví a sentirme fatigada de tener que viajar durante horas y aunque fue un tiempo difícil lo recuerdo con cariño;¡me pareció tan corto! ¡Tal y como dice la escritura… fue un corto tiempo, pero lo pude ver así sólo por la gracia de Dios!

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