Hay personas que consideran su vida tan perfecta, que no tienen necesidad de algo que no sea como el “exitoso bienestar” que las cosas de este mundo les generan. La salud, el dinero, el reconocimiento y los triunfos son más que un aliciente en sus vidas para creerse en el control de todo lo que pasa a su alrededor. Mientras más éxito tienen, más confianza tienen en sí mismos, una peligrosa y egocéntrica trampa. Es la triste realidad de muchas personas en la actualidad; creen que porque son “prósperos” no tienen necesidad de nada más, limitan su existencia al disfrute de la vida y piensan que lo más importante es gozar de los placeres que el mundo les ofrece. Vivir para ellos significa satisfacer sus deseos e incluso no importa lo aberrantes que puedan parecer con tal de que les genere placer.
Cuando te encuentras con una persona así y pretendes predicarle el Evangelio de Jesucristo, con el fin de que comprenda cuál es su verdadera necesidad y el propósito real por el cual fue creada, no puedes dejar de sentir cierto grado de impotencia al saber que su mente está cauterizada por el amor que le tiene a lo que, para ella, representa su mayor tesoro (sus bienes, sus riquezas, sus intereses, etc.).
Es triste que vean a Jesucristo solo como un amuleto de la buena suerte; suerte contraria para los que supuestamente, según ellos, se encuentran en dificultades por no tener la misma condición de bienestar que tienen ellos. Suelen preguntarse ¿Por qué necesito yo a Jesús? ¿Qué me puede ofrecer Él que no tenga ya? La respuesta es sencilla y fácil de comprender para los que hemos sido libres de tal ceguera espiritual, pero ellos no se disponen para tratar de entenderlo. Sin importar la condición de bienestar que pueda aparentar una persona, si esta no tiene a Jesucristo está muerta, no tiene vida. Y no hay peor desgracia que estar muerto en el espíritu.
Dios nos creó a su imagen y semejanza, a fin de que fuéramos una expresión de la plenitud de su amor, de su santidad y su justicia; sin embargo, a causa del pecado fuimos apartados de su divina presencia y este propósito fue truncado. Por lo tanto, envió a su Hijo Jesucristo para morir en una cruz, para que por medio de Él nuestros pecados fueran crucificados y de esta manera, nuestra relación con Dios fuera restituida. Jesucristo nos reconcilió con Dios, por Él hemos sido perdonados y justificados. Jesucristo nos libró de la ira justa de Dios. Él nos salvó y nos dio la vida pura y sin mancha que una vez el pecado contaminó. Jesucristo murió y al tercer día resucitó para darnos perdón, salvación y vida eterna.
Dios nos creó a su imagen y semejanza, a fin de que fuéramos una expresión de la plenitud de su amor, de su santidad y su justicia; sin embargo, a causa del pecado fuimos apartados de su divina presencia y este propósito fue truncado. Por lo tanto, envió a su Hijo Jesucristo para morir en una cruz, para que por medio de Él nuestros pecados fueran crucificados y de esta manera, nuestra relación con Dios fuera restituida. Jesucristo nos reconcilió con Dios, por Él hemos sido perdonados y justificados. Jesucristo nos libró de la ira justa de Dios. Él nos salvó y nos dio la vida pura y sin mancha que una vez el pecado contaminó. Jesucristo murió y al tercer día resucitó para darnos perdón, salvación y vida eterna.