domingo, 27 de abril de 2014

Cuando Dios guarda silencio

¡Te vas a levantar de la deuda, te vas a levantar de  la enfermedad y la gente te va a ver descansando. Aquello que era tu obstáculo va a ser tu trofeo de guerra!
En ocasiones pensamos que Dios nos dice que no puede atendernos, que nos pone en espera. Esto le pasó a una mujer cananea que dijo: “Señor hijo de David, ten misericordia de mí”, y Jesús no le respondió. Ella siguió diciendo: “porque tengo una hija endemoniada” y parecía que Jesús no le estaba dando importancia. ¿Por qué parece que Dios no le da importancia a lo que nos pasa?, porque Dios nos hace entrar en un proceso. No nos gustan los procesos, nos gustan más los milagros.
Isaías 49; 2,3 dice: “y me puso por saeta bruñida me guardó en su aljaba y me dijo: mi siervo eres, porque en ti me gloriaré”.
La fe en Él sirve para salir del problema y también para sobrellevarlo:
A veces, Dios te la va a poner la fe para que salgas de las deudas, para que salgas de la enfermedad, para que salgas de las dificultades. Vas a salir de eso que te estaba atormentando.
Pero cuántas veces nos ha pasado que hemos orado y el problema no desapareció. Esa es la verdadera fe para aguantar el problema, para que respires más que el problema. Por eso, si no viste la solución y alguien te dice: “ah, ¿qué pasa, que Dios no te responde y todavía estás soportando este problema por tantos años”?, entonces le tienes que decir esto:
Hay fe que instantáneamente te saca del problema, y hay fe que no te saca del problema, pero te da la fortaleza, la fuerza y la capacidad para soportar lo que sea necesario y ver la victoria tarde o temprano.
Cuando José le interpreta el sueño a Faraón, Faraón le puso como ministro de economía de Egipto. Esa fue la fe verdadera, la que le dio fortaleza y capacidad; Faraón le sacó de la cárcel y le convirtió en gobernador de Egipto, pero José también tuvo que aguantar trece años de problemas.

¿Cuál es la oración del - Padre nuestro-? y ¿debemos orarlo?

El Padre nuestro” es la oración que Jesús les enseñó a Sus discípulos en Mateo 6:9-13 Lucas 11:2-4. En Mateo 6:9-13 leemos: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.” Mucha gente ha entendido erróneamente, que el “Padre nuestro” es una oración que supuestamente, debemos repetir palabra por palabra. Algunas personas tratan el “Padre nuestro” casi como una fórmula mágica, como si las palabras mismas tuvieran algún poder específico o influencia en Dios.

Pero la Biblia nos enseña lo opuesto. Dios está mucho más interesado en nuestros corazones cuando oramos, que lo que está en nuestras palabras. Mateo 6:6 nos enseña, “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” Mateo 6:7 continúa diciendo: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.” La oración sirve para derramar nuestros corazones ante Dios (Filipenses 4:6-7), no para recitar palabras memorizadas a Dios.

En lugar de eso, el “Padre nuestro” debe ser entendido como un ejemplo; un patrón de cómo orar. La oración del Señor nos enseña a orar. Nos da los “ingredientes” que deben estructurar la oración. Veámoslo detenidamente: “Padre nuestro que estás en los cielos” nos enseña a quién dirigir nuestras oraciones, el Padre. “Santificado sea tu nombre” nos dice que adoremos a Dios, y le alabemos por quién es. La frase “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” es un recordatorio para nosotros, de que debemos orar por el plan de Dios en nuestras vidas y en el mundo, no por nuestro propio plan. Debemos orar para que sea hecha la voluntad de Dios, no para nuestros deseos. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Somos animados a pedir a Dios las cosas que necesitamos. “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Nos recuerda confesar nuestros pecados a Dios y a arrepentirnos de ellos – y asimismo, perdonar también a otros, como Dios nos ha perdonado. La finalización de la oración del Señor, “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” es una súplica de ayuda para alcanzar la victoria sobre el pecado y una solicitud de protección de los ataques del diablo.

La Avaricia

“Bastante nunca es suficiente”. Eso es exactamente lo que es la avaricia.
La avaricia no es simplemente la apreciación excesiva del dinero. No es la sobre-apreciación de las cosas o la acumulación de las mismas. Tampoco es la extravagancia, porque la extravagancia es relativa. Si tienes más de un par de zapatos y dos abrigos ya eres extravagante para la mayoría del mundo.
La avaricia es un deseo loco, descontrolado; es el consumo fuera de control. La avaricia consiste en ser devorado por algún deseo. Les da permiso a las posesiones para que te dominen. Y al hacerlo, la avaricia llega a ser el cáncer de la satisfacción. Despacio consume a sus víctimas, remplazando el contentamiento por el deseo insaciable de obtener dinero y posesiones materiales. En resumidas cuentas, la avaricia es el amor al dinero.

Toda la ley se cumple en esta sola palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo

"Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Gálatas 5:14

Al haber nacido en un país donde se conduce por la derecha, me resulta interesante que, en otros, los automóviles avancen por el lado izquierdo del camino. Una vez, estando en Inglaterra, oí a un guía turístico de Londres que explicaba una posible razón de esta ley: "En el siglo XIX, los peatones y los carros tirados por caballos usaban los mismos caminos. Cuando un carro estaba a la derecha, podía ser que el látigo de un jinete golpeara a un peatón. Para evitar este peligro, se promulgó una ley que exigía que todos los carros anduvieran por el lado izquierdo del camino, para que los caminantes no sufrieran ninguna lesión.
Así como las reglas de tráfico son para beneficiarnos y protegernos, lo mismo sucede con los mandamientos de Dios. Como Él nos ama, nos los ha dado para nuestro beneficio. Pablo escribe: Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gálatas 5:13-14).
Al aplicar la Palabra de Dios a nuestra vida, tengamos en mente que el Dios de gracia nos ha dado instrucciones para ayudarnos a amarle más a Él y a interesarnos en los demás.
La Biblia tiene tesoros de sabiduría para descubrir.

Los años

 Los días pasan muy lentos y los años tan rápido...”. Esta sentencia me hace darme cuenta de que ocuparse de los períodos de tiempo es algo propio de la edad, junto con la preocupación por la salud y el estado del tiempo. Los años asientan en el libro de la vida, los cambios que se producen en las horas y los días. Son el balance general que refleja las ganancias y pérdidas, del ejercicio comprendido entre los primeros albores de enero y los últimos destellos de diciembre.
Los años nos permiten recordar en general, mientras que las horas y los días nos entregan los datos particulares, las experiencias específicas. Los años nos hablan de la niñez, la juventud, la vida adulta. Se refieren a la existencia. Son la pincelada gruesa de las épocas de amor, los sueños, los aciertos y las derrotas. El detalle exacto es aportado por las horas y los días.
Los años registran las etapas del ser con una fidelidad que a veces nos asusta, porque las van depositando en el rostro, en los matices de la voz, en la postura del cuerpo, en el dorso de las manos, y no podemos soslayar el hecho de que nos vamos poniendo viejos. Con los años, las cosas que antes nos parecían insignificantes, como la pérdida de un botón o una puerta que no cierra bien, acaban por ser asuntos que nos pueden tener ocupados toda una mañana.