“y aconsejar a las jóvenes a amar a sus
esposos y a sus hijos, a ser sensatas y puras, cuidadosas del hogar, bondadosas
y sumisas a sus esposos, para que no se hable mal de la palabra de Dios.”
(Tito 2:4-5 NVI)
Tengo la bendición de ser hija de una mujer maravillosa, digna de toda mi admiración. María Rosa Sarmiento..., oriunda de Santander (España), tierra de mujeres guerreras, que forma parte de una familia numerosa en donde los principios y valores son sólidos y muy fuertes.
Lleva cuarenta años casada con mi papá, y me enorgullece verlos después de tanto tiempo, agarraditos de la mano y profesándose amor eterno. Desde que tengo uso de razón, la he visto preocupada por el bienestar de los demás. Es una mujer trabajadora, abnegada, leal, fiel, entregada día y noche a alcanzar el bienestar de su familia; es digna de confianza, y quien la conoce se enamora de su capacidad de servir a los demás sin esperar nada a cambio.
Le doy gracias a Dios, porque ella, con su ejemplo, dio un valor muy alto a mi rol de mamá y esposa. Es ahora, cuando debo levantarme muy temprano para aprestarme a mis obligaciones para con mis hijas y mi esposo, antes de salir a una larga jornada de trabajo y regresar ya de noche, a seguir cumpliéndole a Dios en hacer lo que tengo que hacer, para que ellos se sientan bien a mi lado, repito, es ahora cuando más la valoro, porque mis recuerdos cronológicos, me llevan a los días en los que en medio de su cansancio, nos atendía con su amor y se encontraba con una hija egoísta que esperaba recibir en vez de dar.