lunes, 3 de febrero de 2020

Llegar como sea

Posiblemente hayan escuchado la historia de John Stephen Akhwari, el atleta  de Tanzania que quedó en último lugar en la prueba de maratón, de las Olimpiadas de 1986 en México.
Resulta que la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos había concluido. Los espectadores y participantes empezaban a abandonar el estadio. Ya había anochecido cuando de repente, por los altavoces del estadio, se pidió a  los  pocos asistentes que aún quedaban, que se sentasen. 
sigue co¿Que sucedía? … Pues que John Stephen Akhwari, se acercaba lentamente en la oscuridad. Entró renqueante al estadio olímpico, dando muestras  evidentes de un dolor que le punzaba en una de sus sangrantes  piernas. John prácticamente cruzó andando el túnel. No podía más; se había caído más o menos en el Km. 19, golpeándose la rodilla y, como se pudo comprobar en la revisión médica posterior, dislocándose un hombro.
Le quedaban solo los 400 metros finales de la maratón. 
Una vez cruzada la meta, un periodista le preguntó: ¿Por qué después de la caída, con el dolor que sentía y sin opciones de lograr una posición relevante, decidió seguir en la competición?  Akhwari contestó: “Mi país no me envió a México a iniciar la carrera, sino a terminarla.”
Amigos y amigas, la actitud de dicho atleta la podemos aplicar a la carrera de nuestra existencia. Habrá muchos obstáculos, muchas circunstancias en el camino que nos estimulen a abandonar el propósito que tiene Dios para nuestra vida; contratiempos, infortunios, adversidades, reveses económicos, falta de salud , etc. pero aún así, nuestro paso no debe suspenderse, debemos avanzar hasta el final. No importa el lugar en el que lleguemos; lo importante será llegar.
Podríamos entonces, trasladar la frase de este esforzado atleta, señalando también que Dios no nos ha enviado a este mundo a iniciar una carrera, sino a terminarla.

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante

(Hebreos 12:1).

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