Resulta que la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos había concluido. Los espectadores y participantes empezaban a abandonar el estadio. Ya había anochecido cuando de repente, por los altavoces del estadio, se pidió a los pocos asistentes que aún quedaban, que se sentasen.

Le quedaban solo los 400 metros finales de la maratón.
Una vez cruzada la meta, un periodista le preguntó: ¿Por qué después de la caída, con el dolor que sentía y sin opciones de lograr una posición relevante, decidió seguir en la competición? Akhwari contestó: “Mi país no me envió a México a iniciar la carrera, sino a terminarla.”
Amigos y amigas, la actitud de dicho atleta la podemos aplicar a la carrera de nuestra existencia. Habrá muchos obstáculos, muchas circunstancias en el camino que nos estimulen a abandonar el propósito que tiene Dios para nuestra vida; contratiempos, infortunios, adversidades, reveses económicos, falta de salud , etc. pero aún así, nuestro paso no debe suspenderse, debemos avanzar hasta el final. No importa el lugar en el que lleguemos; lo importante será llegar.
Podríamos entonces, trasladar la frase de este esforzado atleta, señalando también que Dios no nos ha enviado a este mundo a iniciar una carrera, sino a terminarla.
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”
(Hebreos 12:1).
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