sábado, 18 de abril de 2020

La conversión del corazón

27- Después de estas cosas salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo:
—Sígueme.
28- Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
29- Leví le hizo un gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. 30- Los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo:
—¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?
31- Respondiendo Jesús, les dijo:
—Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. 32- No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Lucas 5:27-32
El camino del seguimiento de Jesús empieza con la renuncia al pecado. No podemos avanzar si antes no abandonamos totalmente nuestra vida pasada. Pero no debemos temer, porque Dios no busca que perezca nuestra alma sino que viva. Por eso debemos confiar en su misericordia y agradecerle todos los días, que vino a darnos la salvación mediante su Hijo.

I. Jesús nos llama a abandonar el pecado totalmente (versos 27-28)

Resultado de imagen de La conversión del corazónCristo conoce los corazones mucho mejor que nosotros mismos. Por esto, vio que había predisposición en el publicano Leví para dejar el pecado. El pecado de Leví estaba representado por la mesa donde se sentaba a cobrar los impuestos. Él le hizo el mismo llamado que tenemos nosotros los cristianos: “Sígueme” (verso 27).
El seguimiento de Jesús no es otra cosa que comenzar el proceso de la conversión para llegar, mediante el Espíritu Santo, a la justificación. Pero como todo camino en la vida, implica un primer paso, que es el abandono de la ocasión de pecar. Por esto Leví no lo dudó y abandonó la mesa que representaba su pecado. A cambio de algo material, recibió el comienzo de su vida espiritual.
Nuestro camino en la fe debe ser igual de radical. No tenemos tiempo para dudas. No debe haber medias tintas en la decisión de amar a Dios sobre todas las cosas. De lo contrario, dejamos la puerta abierta a la tentación para volver sobre nuestros pasos (Ezequiel 18:30b).
No debemos confundir la justicia de Dios con su misericordia. Dios es justo, castiga al pecador y premia a los que aman su Palabra y la practican. Pero que sea justo no significa que no admita el arrepentimiento, de lo contrario nadie estaría salvado. Si nos convertimos con sinceridad, grande es la misericordia de Dios para perdonarnos, por grandes que sean nuestras faltas (Isaías 55:7).
II. La misericordia de Dios es para los que se arrepienten (Lucas 5:29-32)
¿Qué debemos hacer para alcanzar la salvación? Por nuestra parte, lo que nos pide Dios es que nos arrepintamos verdaderamente de nuestra vida pasada. De nada valen las palabras si no están acompañadas de frutos de arrepentimiento. Para los que se convierten de corazón y aceptan a Jesús, les está prometido el Espíritu Santo vivificador (Hechos 2:38).
Debemos reconocernos pecadores, pero a su vez estar felices de que Dios es misericordioso. Él vino al mundo en busca de los enfermos, de los que tienen el espíritu muerto por el pecado. Su misión es abrir los cielos a los hombres que se convierten a Él y lo reconocen como Señor. Por eso no debemos considerarnos justos, sino hombres que necesitan continuamente del perdón divino (Lucas 5:29-31).
En la medida en que reconozcamos que por nosotros mismos nada podemos, más fuerte será la gracia de Dios en nuestra vida. Dios no quiere nuestra condenación porque somos sus hijos. Pero respeta nuestra libertad y no nos obliga a convertirnos a Él, sino que espera nuestra decisión firme de amarlo. Por eso tenemos que acercarnos a Él con confianza de hijos, y alegrarnos de volver a la casa del Padre (Lucas 15:11-32).

Conclusión

Así como Leví abandonó el pecado para seguir a Cristo libremente, nosotros tenemos que iniciar nuestro camino de conversión abandonando lo que nos impide entregarnos a Dios.
Nuestro camino de conversión debe ser un cambio radical, donde no le demos más lugar al pecado en nuestro corazón (Joel 2:13). Pero sabiendo que lo que Dios quiere es nuestra salvación, no nuestra condenación. Su misericordia es tan inmensa que abrasa nuestro pecado y lo vuelve cenizas, siempre que estemos arrepentidos sinceramente (Ezequiel 18:32).
Lo que debe hacer el cristiano es poner de su parte el arrepentimiento, para que Dios le brinde su perdón. La conversión es una tarea cotidiana, y ayudados por la Palabra tenemos que meditar en ella sin cesar. Porque tenemos la promesa de Dios de que nunca abandonará al que se aleje del pecado para acercarse a Él (Ezequiel 18:21).
La mayor alegría que tenemos los pecadores, es que Dios envió a su Hijo por nosotros para salvarnos del pecado. Por esto, busquémoslo siempre para recibir el don de su perdón (Lucas 5:32).


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