“Claman los justos, y Jehová oye y los libra de todas sus angustias. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón y salva a los contritos de espíritu.” (Salmos 34:17-18).
La soledad no debe ser para el cristiano un motivo de tristeza. Porque por la fe, sabemos que nunca estamos fuera de la presencia de Dios. Aunque nosotros nos alejemos de Él por el pecado, Dios está atento para unirse a nosotros si nos arrepentimos y volvemos junto a Él. Esta cercanía la ganó Cristo con su sacrificio; no es por mérito nuestro, sino que es un don del amor de Dios.
I. No debemos sentirnos solos si tenemos fe (versículo 17)
Si vivimos unidos a Dios, no debemos sentirnos solos. Porque si lo invocamos y deseamos estar en su presencia, Él acude como un Padre ante su hijo. Él oye nuestros ruegos y los responde, pero somos nosotros los que clamamos a veces sin fe. No terminamos de convencernos de que Dios nos ama hasta el extremo, y que siempre está a nuestro lado (versículo 17).
Toda nuestra vida se gasta buscando la felicidad. El problema es que la buscamos en cosas que no nos la dan realmente, y por eso somos infelices. Si esperamos que las cosas materiales o el éxito en este mundo nos den la felicidad, terminaremos vacíos y solos. La verdadera compañía está junto a Dios, y también la verdadera felicidad (Salmo 16:11).
Ahora bien, no podemos adjudicarnos la cercanía de Dios a causa de nuestra bondad. Es un don que quiere hacernos, complementario al perdón de los pecados. El Señor entregó su vida por nosotros, derramó su sangre. Ganó para nosotros la justificación y nos hizo agradables a Dios mediante su sacrificio (Efesios 2:13).
Debemos aprovechar esta cercanía de Dios ganada con la sangre de Cristo. Es en esta vida cuando tenemos la oportunidad de vivir en su amor y luego entrar en el gozo de nuestro Señor. Después, cuando llegue el día de nuestra muerte, o la segunda venida de Cristo, no podremos cambiar el estado de nuestro espíritu. O estará con el vestido de fiesta que le permita participar del banquete de bodas, o será echado fuera y lamentará su necedad eternamente (Isaías 55:6).
II. En la angustia debemos buscar su presencia (Salmo 34:18)
Si tenemos dolor en nuestra alma y recurrimos a Él, recibiremos consuelo. Dios está cerca de los que reconocen que son pecadores, que necesitan de su misericordia. Porque el hecho de aceptar que no somos nada ante Él, nos hace más humildes. De esta manera, seremos también más agradecidos, y nuestro corazón se convertirá en morada del Espíritu Santo (verso 18).
Dios no se aleja de nosotros si nosotros no lo echamos. Nuestra relación con Él llega a ser cambiante dado que nosotros somos inconstantes, pero Él es inmutable y su amor por nosotros no tiene límite. El límite sobreviene cuando lo rechazamos porque no aceptamos su ley ni vivimos de acuerdo a sus preceptos (2 Crónicas 15:2b).
El mayor deseo de nuestra alma debe ser estar en su presencia. Por eso, una vez que paladeamos la miel de estar junto a Dios, ninguna otra cosa llenará nuestro espíritu. En la oración, con la Palabra de Dios podremos alimentar esta sed de la presencia divina. Mediante su Palabra, Dios habita en nuestro corazón y en nuestra mente, para que nunca sintamos que estamos en soledad (Salmo 27:4).
Conclusión
Cuando estamos solos y Dios parece que está ausente, debemos confiar en que está más cerca. Porque tenemos la promesa de que nunca nos abandonará, si nosotros no nos alejamos de Él. Él oye nuestros ruegos, solo que a veces no los hacemos con la fe suficiente de que nos escuche. Porque tenemos en Dios, un Padre que quiere que crezcamos espiritualmente, aumentando nuestra fe en Él (1 Reyes 8:57).
Él quiere estar en nuestro corazón, pero muchas veces lo echamos por el pecado. Y el Espíritu Santo no puede morar en nosotros si no le preparamos una morada limpia. Por esto debemos estar arrepentidos de nuestros pecados y suplicantes de su misericordia. De esta manera Él vendrá a nosotros y nos bendecirá, colmando nuestra vida con su luz (Juan 14:18).
Una vez que experimentemos las delicias de estar en presencia de Dios, no nos sentiremos plenos de otra manera. Porque es como un adelanto del cielo el sentirse cercano a Dios por la oración. Es así como debe ser nuestro ruego diario, el poder vivir en su presencia mediante la meditación de su Palabra (Salmo 84:10).
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