domingo, 29 de diciembre de 2019

¿Pasaremos el examen?

Los siervos y las siervas de Dios somos evaluados continuamente. No solo por el Señor o por nosotros mismos, sino por aquellos a quienes ministramos con la Palabra, enseñamos, o incluso oramos intercediendo por sus necesidades. Las personas que, de una u otra manera, depositan en nosotros su confianza, necesitan confirmar que: “…verdaderamente somos varón o mujer de Dios, y que la Palabra de Jehová es verdad en nuestra boca” (1 Reyes 17:24). No dudan del Señor, sino de quienes lo representamos a Él.
Resultado de imagen de ¿Pasaremos el examen?Por supuesto que tienen todo el derecho de dudar, porque desgraciadamente hay demasiados charlatanes ocupándose de las cuestiones espirituales. Mercaderes del templo que solo buscan lucrarse con la fe. Son “avivados”, pero no con el fuego del Espíritu Santo. No es ese “Avivamiento” el que se ve reflejado en ellos, sino el mezquino y oscuro deseo de tener fama, reconocimiento y ventajas materiales por el supuesto “servicio a Dios”.
Están siempre agazapados, esperando para dar el “golpe de gracia”. Estos casos de burda manipulación religiosa no son nuevos. Se les llama “simonía”, por aquel mago de nombre Simón, que quiso negociar con los dones, la gracia, la autoridad y la unción del Señor (Hechos 8:5-22). Son personas sin escrúpulos, que lejos de servir a Dios, se sirven de Él. Lanzan profecías mentirosas; palabras que jamás salieron de la boca de Dios. Crean falsas expectativas y hacen tropezar a los fieles incautos, que recurrieron a ellos por necesidad.
El profeta Elías, seguramente también habría causado a aquella mujer, la viuda de Sarepta, la impresión de ser un charlatán (1 Reyes capítulo 17). Sucedió que en medio de una crisis tremenda de hambruna y sequía, este varón judío llegó a su casa y le pidió agua y alimentos, cosa que ella obviamente no tenía. Elías parecía... poco caballero, insensible y hasta impertinente al pedir que se le preparara la torta de harina y se le sirviera el agua primeramente a él. Parecía no tener en cuenta la situación y angustia por la que estaban atravesando la viuda y su hijo.

Incluso Elías, como buscando respaldar semejante pretensión, lanza una palabra profética a la que la viuda, sin embargo, hizo muy bien en creer: Porque Jehová, Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra” (1 Reyes 17:14). Aquella palabra era de Dios ¡porque se cumplió! “Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías” (1 Reyes 17:16). No obstante, la mujer necesitaba algo más contundente, para darle al profeta todo el crédito como siervo de Jehová.
Elías debería ser usado poderosamente por Dios, para realizar el milagro de devolverle a esa madre a su hijo sano y salvo; hijo que enfermó gravemente. Evidentemente, era el plan de Dios que el profeta llegara a la vida de estas personas para cumplir una misión. ¡Y el milagro sucedió! ¡Elías le trajo a su hijo con vida!” (1 Reyes 17:19-23).  Entonces, ante tal manifestación de Dios, aquella mujer le dio crédito al profeta; tuvo que reconocer que Elías ¡de veras era un siervo poderoso de Jehová!, y por consiguiente no era un charlatán, ¡no mentía!
Elías salió completamente aprobado como siervo de Dios. Tú y yo… ¿pasaremos el examen? ¿Lograremos con nuestras acciones arrancar algo así como la tremenda confesión que hizo la viuda de Sarepta?:

“Ahora reconozco que tú eres un varón de Dios y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca!”

(1 Reyes 17:24).

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