lunes, 23 de diciembre de 2019

Esta carta es para leer a Solas… ¡Léela!

Yo entonces tenía trece años, y mi familia se había mudado al sur de California desde el norte de Florida un año antes. La adolescencia me había golpeado duramente.
Me mostraba enojado y rebelde, y prestaba muy poca atención a lo que decían mis padres, en especial si se refería a mí. Como muchos adolescentes, luchaba por evadirme de todo aquello que no se ajustara a la imagen que tenía del mundo.
Resultado de imagen de Esta carta es para leer a Solas… Léela!!Al creerme un joven brillante que no necesitaba consejos, rechazaba cualquier manifestación visible de cariño. De hecho, hasta me enojaba al escuchar la palabra amor.
Una noche, después de un día especialmente difícil, me encerré enfadado en mi habitación y me fui a la cama. Mientras yacía allí en la intimidad de mi dormitorio, mis manos se deslizaron debajo de la almohada y encontré un sobre que decía, "Para leer a solas".
Puesto que estaba solo, nadie sabría si lo leería o no, así que lo abrí.
Decía: "Mike, sé que tu vida es difícil ahora, sé que te sientes frustrado y que no siempre hacemos las cosas bien. También sé que te amo con toda el alma y que nada de lo que digas o hagas podrá cambiar eso.
Estaré siempre a tu lado por si necesitas hablar, y si no, no te preocupes. Solo quiero que sepas que no importa a dónde vayas o lo que hagas en tu vida, siempre te amaré y me sentiré muy orgullosa de que seas mi hijo. Estaré siempre contigo y te quiero, eso nunca cambiará. Con amor, Mamá."
Esa fue la primera de varias cartas "para leer a solas". Nunca se mencionaron hasta que fui adulto.
Hoy en día viajo por todo el mundo ayudando a la gente. Al final de un día que me encontraba en Sarasota, Florida, dando un seminario, una dama se me acercó para confiarme los problemas que tenía con su hijo.
Caminamos por la playa y le conté acerca del eterno amor de mi madre y de las cartas "para leer a solas". Varias semanas después, recibí una tarjeta postal en la que me decía que le había escrito su primera carta a su hijo.
Aquella noche, cuando me fui a la cama, puse mis manos debajo de la almohada y recordé el alivio que sentía cada vez que recibía una carta. Justo antes de quedarme dormido, agradecí a Dios que mi madre supiera lo que yo, un adolescente rebelde, necesitaba.
Hoy, cuando hay tempestades en los mares de la vida, tengo la certeza de que bajo mi almohada existirá siempre aquel testimonio de que el amor constante, perdurable e incondicional transforma la vida.

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