Cristo nos llama amigos y esta palabra procede de un vocablo griego compuesto por a (“sin”) y ego (“yo”), por lo que amigo significa como “sin mi yo”. Es decir, que el Señor Jesús nos está ofreciendo una relación basada en el amor, en la cual no está presente (para Sí mismo, para Él) Su ego.
Cualquier servicio que podamos hacer para Dios no es para satisfacer Su ego, Su sed, o alguna ansiedad de complacencia. A Dios se le ofrece un servicio sin esclavitud, basado en una relación de Amor Divino y de Gracia Celestial.
Desde el mismo huerto del Edén Dios anhelaba ser amigo del hombre y tener una relación íntima con él. La voz de Dios se paseaba por el huerto. (Génesis 3:8).
La Trinidad es un reflejo de la comunión perfecta del Dios trino, y éste sigue siendo el anhelo más vehemente del corazón de Dios: que nosotros entremos en una danza divina y eterna con Él.
¡Dios quiere a todo coste una relación eterna y perfecta con nosotros!
En el orden de las cosas terrenales, sabemos que la amistad sincera no está relacionada con intercambiar cosas, no tiene nada que ver con un espectáculo de logros de uno hacia el otro.
La amistad sincera no es tampoco para criticar o dar sermones al amigo, no se caracteriza por la entrega de ropas, comidas o bebidas. Si has llegado a tener un buen amigo en esta tierra, seguro que sabes que lo único que tienes que hacer y que él quiere hacer contigo es pasar tiempo juntos.
Más que discutir, hacer alardes, señalar las faltas o mostrar los logros, los amigos se cuentan sus problemas, se escuchan el uno al otro, se sinceran en sus tentaciones y debilidades, saben reír y llorar juntos, se comprenden en sus luchas y tormentos, en una atmósfera de gracia y de completa tolerancia del uno con el otro.
Cristo desea lo mismo de una manera más excelsa y divina. Él quiere que pasemos tiempo con Él y planea una eternidad con nosotros.
Los cristianos auténticos sabemos que tenemos una relación con nuestro Padre Celestial que es libre, gratuita y está llena de un caudal infinito de gracia y de verdad.
Tal es el misterio de esta amistad que los pocos minutos que tenemos con Cristo llegan a ser para nosotros, los momentos más preciosos que en esta vida terrenal podamos tener.
Hebreos 4:16 dice: Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
El Evangelio de nuestros días
Hoy, millones de creyentes literalmente se "enamoran" de un líder religioso o del pastor de su iglesia local. Se ve a los congregados siguiendo sus enseñanzas ciegamente. Quieren comprar todos sus libros, tratan de aprender todas sus formas religiosas, quieren dominar su jerga, predicar, orar y hacer los gestos que ellos hacen.
Es una adicción a la admiración del líder, del “hombre de Dios”, que a veces da pena, y observamos a las multitudes interrumpiéndolos con aplausos eufóricos por cada frase y cada chiste que estos aparentes “ungidos” declaman.
Pero, ¿por qué la gente no quiere más y más de Cristo? ¿Por qué no hablan con Cristo? ¿Por qué no se alimentan de Cristo?, ¿por qué no van con sus tormentos y agonías a los pies de Jesucristo?
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