domingo, 21 de abril de 2019

El Gran Precio de Nuestra Salvación

Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres. 1 Corintios 7:23
¡Qué precio pagó el Señor Jesús cuando murió en la cruz del Gólgota! Él se hizo hombre para ir a la cruz. Allí fue dejado solo. Los seres humanos lo rodeaban como enemigos. El cielo no le respondió cuando exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Proféticamente, David expresó la queja del Señor, diciendo: “Me han alcanzado mis maldades, y no puedo levantar la vista. Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza” (Salmo 40:12). “Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado” (Salmo 69:2).
Resultado de imagen de El Gran Precio de Nuestra SalvaciónJesús fue clavado y elevado en una cruz. En esos momentos el cielo se cerró ante Él. Allí, colgado entre el cielo y la tierra, terminó muriendo bajo el castigo de Dios, porque Él cargó nuestros pecados sobre Jesús, haciéndolo pecado por nosotros. Este fue el precio que Jesús pagó por nuestra salvación. Fue el precio del amor. En el Cantar de los Cantares se dice: “Fuerte es como la muerte el amor… sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor” (8:6-7). Las olas de Dios que sumergieron a nuestro Salvador, no pudieron apagar su amor. Cuando reflexionamos en todo esto, ¿nos olvidamos de nosotros mismos? ¡Pensemos en Él y adorémosle!
Clavado en una cruz Jesús murió. Por mi maldad allí sufrió. En mi lugar Él se encontró, mi salvación así compró.
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Timoteo 2:5, 6).
Un tejano, que hizo una gran fortuna, probablemente con petróleo, pero que jamás se interesó en Dios, visitó a un pastor y le contó acerca de su negligencia espiritual. Después, inmediatamente, ofreció una contribución de 100 mil dólares. El pastor recibió con mucha alegría la donación del tejano. Sin embargo, el Cielo no puede ser comprado con dinero.
No es raro, actualmente, que oigamos expresiones como: “Cuanto más ofrende usted, más bendiciones va a recibir”; “si usted da poco, recibirá poco”; “Dios quiere ver si usted es realmente fiel – ¡no dé apenas un 10%, si puede dé 20, o 30, o 50, o todo!”. Y mucha gente, angustiada con serias dificultades financieras, ofrecen lo que tienen y lo que no tienen, aumentando aún más su desesperación. Sin embargo, Dios no vende un lugar en los Cielos ni sus preciosas bendiciones. Todas las ofrendas que damos para la obra del Señor deben ser ofrecidas por amor, por gratitud, por el deseo de ver las vidas salvas del pecado, y no para recibir esto o aquello. Una moneda, dada con amor y alegría, vale más que aquellos 100 mil dólares dados para recibir algo a cambio.
Nuestras iglesias están llenas de personas queriendo comprar la gracia de Dios. Pero la gracia es lograda por fe y no por un cheque o una nota cualquiera. Vamos a la iglesia porque amamos a nuestro Señor, porque Él es nuestro mejor Amigo, porque podemos contar con Su protección y cariño, porque Él es la razón de nuestra dicha.
Jesús nos enseñó a orar correctamente y en Su modelo de oración, el “sea hecha tu voluntad” viene antes de “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. Cuando depositamos nuestra ofrenda en el altar de Dios, como aquella viuda de las pocas monedas, lo hacemos porque Lo amamos, porque no podemos vivir sin Él, porque Él es nuestro Señor y Salvador, porque nos dio su reino desde la fundación del mundo, porque nos llamará por el nombre, aumentado de “benditos de mi Padre”. 
La iglesia del Señor tiene sus gastos, la obra del Señor tiene sus gastos, y los que trabajan en la casa del Señor son dignos de recibir sus salarios. Para eso sirve nuestro dinero, para eso lo entregamos como ofrenda de amor. Él no compra nuestra redención, ni expía nuestros pecados.
El precio de nuestra salvación ya fue pagado por el Señor, con sangre en la cruz.

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