viernes, 22 de marzo de 2019

Fe y crisis de fe

Los seres humanos vivimos entre la fe y la crisis de fe. Aunque en algunos momentos sentimos una fe plena en Dios, en otros momentos dudamos hasta de su existencia.
Sin embargo, esta realidad no debe alarmarnos. No se puede llegar a tener una fe verdadera sin pasar por la crisis de fe.
I. El encuentro con Jesús provoca una crisis de fe.
Resultado de imagen de Fe y crisis de feEn la historia bíblica vemos como Jesús pasa casi inadvertido para Pedro y sus compañeros de trabajo. Jesús acostumbra a llegar a nuestras vidas así, sin que nos demos cuenta. Jesús le pide a Pedro que le preste una barca para predicar desde ella. Pedro no esperaba dicha petición. Jesús acostumbra a confrontarnos así, invadiendo nuestro terreno y cuestionando nuestros valores.
Después de predicar desde la barca, Jesús confronta a Pedro una vez más y le ordena que vuelva a pescar. Pedro, quien había estado pescando toda la noche, sabía que no se acostumbraba pescar durante el día. Jesús acostumbra desafiarnos así, poniendo un gran signo de interrogación sobre nuestra vida y haciéndonos dudar de nuestra situación. Jesús plantea la posibilidad de una nueva realidad.
II. El encuentro con Jesús nos lleva al reconocimiento de nuestro pecado.
Las palabras de Jesús llevaron a Pedro a evaluarse a sí mismo. De alguna manera, Jesús pone en nuestras mentes la duda existencial: ¿Acaso es nuestra vida todo lo que debe ser? O, por el contrario, ¿habrá algo nuevo en nuestro horizonte?
Pedro tuvo ciertos problemas para convencer a sus cansados compañeros de trabajo de la idea de que debían volver a pescar. Jesús demanda de nosotros una confianza radical en Él. Una confianza que nos lleve a renunciar a nuestra confianza en nosotros mismos. Una confianza que nos lleve a confiar primeramente en Dios.
La comparación con la voluntad de Dios nos confronta y convence de nuestro propio pecado. Somos personas pecadoras porque sobreestimamos nuestras propias habilidades, posibilidades y talentos.
III. El encuentro con Jesús nos compromete con la proclamación del Evangelio.
Reconocer nuestro pecado es difícil, pues nos llena de temor. Fijémonos en el temor de Pedro cuando ve el milagro de la pesca. Pedro, sintiendo plenamente su pecado, le pide al milagroso Jesús que se aparte de él. Pero Jesús no se va a apartar de nosotros; Jesús no va a "dejarnos tranquilos" hasta que analicemos nuestras vidas a la luz de la fe en el único y verdadero Dios.
Sin embargo, el temor desaparece cuando encontramos la voluntad de Dios para nuestras vidas. En el caso de Pedro, la voluntad divina era que se dedicara en cuerpo y alma a proclamar el Evangelio del Reino de Dios.
Dios desea que acatemos su voluntad, aunque tengamos que dejar atrás aquellas cosas que, aunque amadas, pueden apartarnos de la fe.
En definitiva, Dios nos invita, pues, a aceptar el mensaje salvífico del Evangelio de Jesucristo. Jesús nos invita a aceptar el mensaje del Evangelio y a convertirnos en pescadores, ya no de peces sino de personas que necesiten conocer a Dios.

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