En ocasiones me ocurre que he querido correr hasta Groenlandia sin que nadie me persiguiera, para experimentar una sensación maravillosa de tranquilidad y de que nadie me conozca, o sea, que no me espera nadie ni nadie demanda nada de mí. Nadie espera que esté siempre con un rostro radiante, nadie espera que responda bien, nadie espera que siempre acierte, porque no se me conoce. La búsqueda de esa sensación me acompaña al menos una vez al año. El resto del tiempo no se me vuelve a cruzar por la mente, y no me atormenta lo más mínimo pensar en que saldré a la calle y seguro que a más de uno saludaré porque lo conozco de algún lugar.
Cuando, metafóricamente hablando, estamos en la punta del monte, parece ser que todo se ve desde una perspectiva distinta. Salir de nuestro lugar habitual, ser capaces de recorrer un lugar nuevo, o al menos respirar otro aire nos desconecta; pero a la vez nos conecta con lo esencial, con aquello que no querríamos tener lejos de nuestra vida, por agotados o demandados que nos sintamos; ese “algo” o ese “alguien” no puede estar ausente.
En diversas oportunidades, cuando nos sentimos profundamente solos y realmente lo estamos, ha sido porque lo hemos escogido. Así es, nosotros decidimos estar solos, sea porque no hemos cultivado relaciones profundas con las demás personas, porque hemos alejado con nuestras actitudes y carácter a personas que estarían dispuestas a acompañarnos si se lo permitiéramos, o bien porque no les hemos pedido abiertamente que nos acompañen. Sea por la razón que sea, estar solo o sola es una decisión, y que la tomemos consciente o inconscientemente, pasa por nosotros.Bueno, la verdad es que creo que no quiero volver a sentirme sola, y ante la soledad que sin duda sentiré en algún momento pediré compañía, pediré que alguien me coja de la mano cuando quiera irme a la punta de la montaña, y cuando esté en la punta…aunque me acompañe en silencio y sus palabras no aquieten mi corazón, no importa, su presencia será suficiente. Cada vez que me sienta sola le pediré a Jesús que tome mi mano, que me permita recostar mi cabeza en su pecho, para sentir el latido de su corazón y descubrir que Él es tan humano como yo y sintió lo mismo que yo. Y claro que lo escogió, porque su forma de ser en la tierra alejó a muchas personas de su lado, pero acercó a infinitas más, y lo sigue haciendo toda la eternidad.
¡Jesús!, cada vez que nos sintamos solos, aunque lo hayamos escogido así, acompáñanos y aquieta nuestro corazón; que cuando bajemos de la punta del monte a la que nos fuimos, tu amor, tu comprensión y tu contención nos acompañe en cada paso que demos. Tú eres nuestra perfecta compañía, porque si hay alguien que entiende de soledad, ése eres Tú.
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