sábado, 15 de septiembre de 2018

Un mensaje desde el fondo de mi corazón

¡Sí, yo sé lo que es sentir un dolor muy profundo! Sé lo que es sentir la enfermedad instalarse en el cuerpo, luchar y pensar que no lo resistirás. No piensen que porque predico la palabra de Dios y trato de hacer su voluntad, mi vida es un jardín de rosas sin espinas. Así como ustedes, también me toca enfrentar mis luchas y conquistar mis batallas. Pero hoy he recordado algo que tengo que recordarte a ti también. Porque eso que estás pasando y que parece una herida de muerte, mañana será solo una cicatriz y aún más, se convertirá en el trofeo que te recuerde que superaste la prueba que se te presentó porque Dios estuvo muy cerquita de ti. Este trofeo te recordará lo que es ver la gloria de Dios descender sobre tu vida.

No puedo evitar pensar en todos esos hombres y mujeres que la Biblia menciona. Ellos atravesaron el dolor, sintieron muchas veces deseos de morir y de borrarse del mapa; pero a la vez, sentían el fuego y la pasión arder en sus corazones. El amor profundo que sentían hacia Dios los motivaba a caminar la milla extra, porque sabían, al igual que Pablo, que ellos no habían sido diseñados por Dios para retroceder.
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Cumplir con el propósito y la misión que Dios tenía para sus vidas era más importante que sus propios deseos personales. Era, para ellos, más importante cumplir el sueño de Dios que dejarse llevar por la corriente mundana. Aunque el enemigo los atacaba una y otra vez, aunque muchas veces eran señalados y les daban la espalda hasta las personas que ellos menos pensaban, tenían claro que si Dios los respaldaba e iba al frente de ellos, harían proezas en su nombre. Mientras más pruebas y tribulaciones enfrentaban, más gloria de Dios descendía sobre sus vidas y sobre las personas que los rodeaban. Hasta sus enemigos tenían que bajar sus cabezas al ver el respaldo de Dios, que nunca los dejaba en vergüenza. El combate era a muerte, y ellos estaban dispuestos a dejarlo todo a cambio de que el nombre de Dios fuera conocido y exaltado.

Quizá sería muy fácil para mí, decirles que, éste, mi caminar es de color de rosa. Mas no puedo dejar de ser sincero, este caminar es hermoso, sí, pero tengo batallas que enfrentar. El enemigo sabe que le queda poco tiempo y está atacándonos con todo lo que puede. Humanamente sería muy fácil rendirnos, tirarnos al suelo y exclamar que hasta aquí llegamos, pero me niego a permitir que Satanás gane el combate. No vale la pena rendirse después de haber recorrido tanto camino.

Yo he decidido que, aunque sea con mi último suspiro, voy a seguirle sirviendo, amando, adorando y haciendo lo que Él quiera que yo haga, pese a quien le pese, y sufriendo lo que tenga que sufrir. Y créanme, soy plenamente consciente de lo que digo y escribo. Por esto sigo alabando a Dios con todas las fuerzas de mi vida. Porque Él puso sus ojos sobre mí, porque Él me amó primero, y así como el salmista, una cosa he demandado a Jehová, que es estar todos los días de mi vida en su presencia. Me siento convencido, estoy muy seguro de ello, y sé que ustedes también están seguros, y es: “que el que la buena obra comenzó en nosotros, será fiel en completarla y perfeccionarla”. Filipenses 1:6

Ánimo para, sin conocernos personalmente, orar los unos por los otros. Levantémonos en la brecha y seamos intercesores. Sintamos el dolor del hermano como si fuera el nuestro, y sintamos sus alegrías y victorias como si fueran las nuestras también. Dios no desea un pueblo dividido en iras, chismes y contiendas. Él no desea que utilicen su palabra para pelear entre nosotros, ¡no!, la lucha es contra las huestes y principados de las tinieblas, no contra nuestros semejantes.

Con todo mi corazón, creo en un Dios que hace milagros, prodigios y maravillas. Un Dios que quita el dolor, la depresión, la amargura, los resentimientos, y que hace nuevas a las personas sin importar el pasado que hubieran tenido. Y además, Cristo nos ha encomendado que seamos canales de bendición, porque Él vino a este mundo a salvar lo que se había perdido.

¡Luchemos juntos, apoyémonos en Dios! Que ustedes cuenten conmigo, pero sepan que yo también cuento con ustedes. Somos una familia grande y hermosa en la que no existen las nacionalidades, razas, diferencias políticas y cosas que nos distancien. Al contrario, a nosotros nos acerca la sangre de Cristo, y somos hermosos y de gran valor a sus ojos. Si perseveramos y somos fieles a Dios, un día nos encontraremos disfrutando con Él de un paraíso indescriptible. ¡No abandonemos, avancemos sin detenernos! No importa si vamos a pasos agigantados o lentos, lo importante es que lleguemos.

ÉSTA ES MI FE Y SÉ QUE LA DE USTEDES TAMBIÉN.


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