viernes, 20 de julio de 2018

El joven lector

¿Pero,... estás leyendo jovencito?
Oh, sí, estoy revisando cómo se hacen las embarcaciones, pues me llama la atención el hecho que el hierro flota y siempre me preguntaba por qué ocurría eso.
Jovencito, deja los libros, eso no te llevará a nada bueno, solo los hacen para que la gente pierda el tiempo. Mira yo, como trabajo, todo me lo han enseñado, y así se aprende en la vida, viendo y haciendo, pero leer es una pérdida de tiempo muchacho.
Ramiro se incorporó de su asiento y le dirigió una mirada penetrante al viejo entrado en los setenta, y le preguntó: Disculpe don Carmelo, usted que sabe, ¿cómo hacen los barcos para flotar siendo tan pesados y con cargamentos de muchas toneladas?
El viejo, que lo estaba tentando a dejar de leer, le dijo: no, realmente nunca me ha interesado eso hijo, pues las cosas que ya están hechas no necesitan discutirse.
Pero vea lo que dice aquí Don Carmelo, esto es algo nuevo en mi cerebro, aquí dice que los barcos flotan porque son menos densos que el agua…
Si bien es cierto que la inmensa mayoría de los barcos son de metal (el cual se hunde con gran facilidad), estos ocupan un gran volumen. Ahora bien, ¿qué es la densidad? Densidad es la cantidad de materia que existe en una unidad de volumen.
Una esfera de 1 metro cúbico de hierro sin duda se irá al fondo del mar. Pero si con ese mismo metro cúbico de hierro construimos una esfera hueca, su volumen será mucho mayor que el de la esfera sólida, y con la ayuda del empuje del agua hacia arriba (Principio de Arquímedes), flotará.
Un objeto que está hueco tiene poca densidad, porque en su mayoría está lleno de aire. Con el barco ocurre lo mismo; aunque sea de hierro, flota en el agua a causa del aire que tiene dentro. En el caso de que se le haga un agujero en el casco, el agua entrará expulsando el aire hacia fuera, entonces la densidad del barco será mayor que la del agua y el barco se hundirá.
Resultado de imagen de El joven lectorEl viejo, volvió a carraspear y dijo: ¡mira qué interesante muchacho, no se me había ocurrido eso nunca!El jovencito, levantando su mirada a él le comentó: mire qué importante es leer Don Carmelo, si se tienen dudas; dicen entonces, que uno debe buscar la respuesta y luego ya no tendrá esa misma duda.
El viejo se rascó la cabeza y frunciendo el ceño dijo: bueno, yo creo que si leyéramos las cosas que escriben las personas cuerdas,... sería algo bueno, pero no creo que todas sean cuerdas muchacho.
¿Como puede usted saber eso Don Carmelo? ¿Está usted cuerdo?
¡Claro, muchachito malcriado!, si no no estaría hablando contigo, ¡mira qué locuras las que preguntas!
Pues lo pregunto por lo que usted me dice que los que escriben no todos están cuerdos y por eso debo yo dejar de leer.
Yo lo que siento es que aprendo cada vez que leo, que mi mente toma todo lo que necesita y sí, en muchas cosas a veces veo que algunos que escriben dicen cosas malas, y mi mente debe estar apta y saber o buscar si de verdad eso es real, bueno o malo. Me obliga a hacer algo más que leer, me induce a investigar.
¿Investigar qué? Preguntó con asombro el viejo. ¿Acaso es que te vas a convertir en un agente de investigación? Yo para evitar toda esa fatiga no me preocupo por nada. Bueno, allá tú que quieres seguir aquí en tus lecturas. Es interesante eso de por qué flotan los barcos, pero de qué me sirve a mi edad eso, nunca me ha servido.

El joven, con una sonrisa, le contestó: si nunca se lo preguntó,... le entiendo su forma de actuar Don Carmelo, pero es que mi mente quiere saber siempre cosas y me es difícil actuar como usted me dice que haga, no leer.
Don Carmelo, ¿y qué piensa de la Biblia?
Bueno, muchacho, como te dije, no leo y no la he leído, pero escucho mensajes que dicen por la radio y televisión sobre ese libro.
¿Don Carmelo, de verdad usted no la ha leído? 
Allí dice en una parte así: escudriñad las escrituras, pues a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna y ellas son las que dan testimonio de mí.” Lo dice allí en Juan 5:39
Si, allí seguramente dice que las escudriñemos, pero nunca he tenido tiempo para esas cosas, pequeño.
El jovencito con una sonrisa le dijo: yo allí aprendí que el principio de la sabiduría es el temor a Dios, en Proverbios 1:7. Y también dice que no debemos ser sabios en nuestra propia forma de pensar u opinión.
¿Cómo, muchacho? No te entiendo esa parte; increpó el anciano.
Sí, que no nos dejemos llevar solo por lo que nosotros creemos que es lo mejor, pues ese libro dice que lo que en él está dicho es lo más importante, para poder salvarse por medio solamente de Jesús.
¡Ay no muchacho!, ya veo que estás siendo un fanático también, como muchos que me encuentro en la calle. Bueno, mejor te dejo con tus tonterías que hasta te crees más sabio que nosotros los viejos, pero recuerda que el que no escucha consejos no llega a viejo.
Sí Don Carmelo, mejor seguiré leyendo para evitar caer en la tentación de creer que lo que yo digo por mi propia forma de pensar es lo correcto. Este libro es una balanza y aquí está todo dicho; eso me lo inculcó mi padre que ya no está aquí.
Don Carmelo salió del lugar con paso rápido y moviendo la cabeza de forma negativa. Todo había comenzado por decirle al joven que leer era una pérdida de tiempo.
¿Cuántos en la vida piensan igual que Don Carmelo?
Leer es un hábito, una disciplina... Leer es como el ejercicio, no todos lo hacen y no todos creen en ello. Por lo tanto no todos lo practicarán y no gozarán del beneficio de su ejercicio. La lectura es una oportunidad que se tiene de aprender de alguien que se ha esforzado por plasmar algo; y para saber si eso ayuda, se debe leer y tener su propia apreciación del texto.
Cada día que pasa, el tiempo se nos esfuma de las manos, y olvidamos el principio del reloj, o sea, si nadie se hubiera tomado la molestia de poder medir el tiempo, tendríamos excusa, pero cada vez que ves el reloj, miras su segundero y ves que cada momento esa aguja te pone más cerca de tus alegrías o tristezas y del mismo fin, y aún no nos hemos percatado de ello, cuando realmente perdemos ese valioso tiempo sin saber mucho de lo que nos rodea. De saberlo, valoraríamos más las cosas que Dios ha permitido que disfrutemos, encontraríamos aún más la verdadera razón de nuestro existir y estaríamos contentos con lo que hemos llegado a alcanzar en amistades, alegrías...: disfrutaríamos y compartiríamos con los nuestros y con otros.
“…Más bienaventurado es dar que recibir…” (Hechos 20:35)
Los libros nos dan, y por eso ellos reciben el quedarse mucho tiempo, aunque su dueño ya no permanezca nunca más.
Lee y medita en ese libro de libros llamado Biblia. No lo menosprecies porque un día podrías necesitar lo que en él está escrito, y por no saberlo, dejar de entrar en las maravillosas tierras lejanas que en él se describen junto a ese Rey que lo mandó escribir, para que un pueblo que cree con fe en su hijo, que murió por los pecados de todo el mundo y los tuyos, valore de verdad ese sacrificio hecho por cada lector necesitado.

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