sábado, 9 de diciembre de 2017

¡Alégrate!… ¡Dios mismo te puso allí!

Hay momentos y situaciones en nuestra vida en las que quisiéramos que los caminos de Dios fuesen más inteligibles para nosotros, o sea, tener más claridad a la hora de tomar decisiones. Quisiéramos tener la certeza de que esa puerta que se abre es la que Él quiere que atravesemos. Pero por Su Palabra, sabemos que eso será imposible, pues “Sus caminos no son nuestros caminos, y sus pensamientos no son nuestros pensamientos” (Isaías 55:8). Además, si todo lo hiciéramos con la seguridad que nos da el puro entendimiento, vana sería entonces nuestra fe. Hace unos años, como familia pasamos una situación económica muy difícil. Estábamos recién convertidos al Señor, y decidimos que no era una buena idea vender bebidas alcohólicas en un pequeño negocio de venta ambulante de comidas. Llenos de fe, y con un profundo deseo de servir a Dios, mi esposo y yo decidimos aparcar la idea y nos dispusimos a conseguir un empleo. Así que oramos y ayunamos, esperando ansiosamente que Dios nos abriera una puerta. No eran muchas las opciones laborales que teníamos, porque como extranjeros no contábamos aún con la documentación completamente en regla. Por otro lado, en una nación donde existe un porcentaje altísimo de gente joven, el mercado laboral se ponía muy difícil y competitivo. Aún así, depositamos todas nuestras esperanzas en Dios. Al poco tiempo, se abría por fin una puerta.
Mi esposo debería presentarse en el Ayuntamiento de la capital para realizar un test psicotécnico, a fin de ser evaluado para ver si le otorgaban el empleo. Al día siguiente, se presentó para la evaluación y una vez concluido el examen, me llamó por teléfono para darme la noticia. Con la voz entrecortada, me confirmó que el empleo era suyo. Yo no entendí en un principio sus lágrimas. Creía que eran de emoción; pero después de un prolongado silencio, me contó que el trabajo consistía en ser ¡Administrador de un cementerio! ¡Estaba muy decepcionado! Su currículum, muy rico en cuanto a la preparación académica, unido a su experiencia laboral, incluía entre otras cosas, ¡haber sido becado en los Estados Unidos! Además, había alcanzado una alta puntuación en el examen de admisión. ¿Por qué Dios le abriría una puerta tan estrecha y humillante? ¡No es que sea malo trabajar en un cementerio!, de hecho el trabajo honrado, cualquiera que sea, siempre es digno. Es que mi esposo no entendía para qué Dios permitió que alcanzara tanta preparación, si no tenía para él un empleo mejor. ¡Aquello era un golpe bajo para su orgullo!
Pero un día, comprendimos que la razón por la que Dios le puso en ese lugar era sencillamente ¡porque Dios lo necesitaba exactamente allí! Mi esposo siempre le decía a Dios que quería servirle, y el cementerio fue el lugar indicado para eso. Ahí se encuentra gente que necesita ser consolada; de hecho, la gente a diario despide a un ser querido; además, ¡ése es el sitio en el que los satanistas hacen sus rituales! Para mi esposo fue mucho más sencillo desempeñar aquel trabajo, una vez que asumió ¡que fue puesto allí, como un instrumento de Dios! En el cementerio no solo había muertos, sino que también se encontraban allí muchas personas que trabajaban como floristas, o encargados de construcción y mantenimiento y, ¡hasta venía una cantidad de niños que acarreaban el agua para las flores! Más que como administrador, ¡mi esposo comenzó a desarrollar, en el cementerio, la labor de evangelista! Una vez a la semana comenzamos a  hacer reuniones en ese lugar, donde cantábamos alabanzas entre los panteones, predicábamos la palabra y orábamos por las necesidades de las personas. Los niños aguadores se sentaban sobre los sepulcros a pintar algún dibujo sobre una historia bíblica. Y cantábamos durante lo que llamamos “La hora feliz”. ¡Dios hizo milagros de sanidad entre las floristas! y le otorgó la salvación a un hombre que años antes había decidido vivir en ese sitio, después de perder a su familia y todos sus bienes. ¡Fue muy grande la siembra de la Preciosa palabra de Dios en aquel cementerio! ¡Él se glorificó en ese lugar! Amado hermano:

Aprende a “mirar  con los ojos de Dios, y hasta sentir con su corazón”. Aprecia el lugar en donde estás, y ve que es un buen terreno para la siembra. ¡Alégrate! ¡Dios mismo, te puso allí!


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