sábado, 15 de abril de 2017

La joven con fiebre reumática

Aquella joven sentada en la silla mecedora, a quien el médico le había dicho, a ella y a sus padres: está mal, su fiebre reumática está muy avanzada. Ya hace 20 años que la penicilina empezó a ayudar al mundo entero, pero para ella no hay solución, deben resignarse.
Los padres de Gretel que habían sido misioneros, tenían claro el diagnóstico médico dado y las indicaciones que su hija debía llevar. No debía jugar ni hacer esfuerzos debido al dolor en sus articulaciones y a su corazón agrandado por su carditis.
Resultado de imagen de Jesús y La joven con fiebre reumáticaUn día, los padres de Gretel salieron de casa y le dijeron: hija, volveremos por la noche; ella asintió, sonrió y expresó: -sabéis que os amo y vuestra palabra para mí es especial, no os desobedeceré.
A eso de las 11 de la mañana, un hombre de unos 50 años tocó a la puerta de aquel hogar, Gretel abrió la puerta y el extraño le dijo: supe que usted está enferma.
Gretel sorprendida le dijo: si, ¿quien se lo dijo? Aquel hombre era un extraño en ese lugar. Gretel estaba muy extrañada de la presencia de ese sujeto allí en su casa.
Aquel hombre extraño le dijo: quiero orar por ti, si tú quieres.
Gretel no sabía qué hacer en ese momento y cualquier cosa podría acontecer. Finalmente le dijo: está bien.
Aquel hombre extraño, puso su mano sobre la cabeza de ella sin presionar, y empezó a orar por ella aproximadamente diez minutos. Al terminar de orar se puso frente a ella y le dijo: ya estás sana, y ahora compórtate como una muchacha normal.
Salió de la casa y desapareció en la distancia. Desde ese momento Gretel comenzó a caminar y saltar, y los dolores se habían ido. Aquellas palabras: “Estás sana, y ahora compórtate como una muchacha normal”, habían hecho un efecto muy reconfortante, pues el médico y los padres prácticamente la habían desahuciado y solo esperaban su muerte. Al llegar sus padres, la vieron saltando y cantando, y la llamaron la atención; le dijeron: Gretel, ¿qué estás haciendo?
Ella les contó la historia de ese extraño hombre que la había visitado, y ellos no se sorprendieron aun siendo misioneros, y le dijeron: vamos a ver lo que dice el doctor la próxima semana que te toca la cita, vuelve a tu cama y descansa hija.
Ella, obediente, regresó a su habitación.
Al llegar el día de la cita, el medico se extrañó de que no estuviese peor. La encontró más saludable y le dijo: te encuentro un poco mejor.
Gretel poco a poco fue recuperándose de su enfermedad y finalmente quedó libre de dicha patología.
Los años pasaron, y ella les dijo a sus padres: padres, vosotros no creísteis lo que dijo y la oración que aquel extraño hizo por mí, que yo estaba sana, y así lo sentí, pero vosotros fuisteis incrédulos a dicha palabra.
Su padre le dijo: sí hija, perdona por haber actuado así.
Gretel, a pesar de haber crecido en aquel hogar, en medio de la miseria, y que solo tenía 2 vestidos, ahora a sus más de setenta años dice: he sido una mujer saludable en todos estos largos años, todo después de aquella oración que aquel hombre desconocido hizo por mí. No hay duda de que fue un ángel enviado por Dios para bendecir mi vida, y por eso vivo agradecida a Dios, dedico mi vida a su causa y entrega al prójimo, y a expandir su palabra aquí en la tierra.
Gretel es un vivo ejemplo del poder de Dios.
Nuestra incredulidad muchas veces es debida a los ojos físicos, pues ellos nos limitan poder ver más allá, con los ojos de la fe; fe que es la llave para poder llegar al destino final, donde es necesario cerrar los ojos físicos que nos impregnan de todo este mundo y nos separan del mundo invisible.
Dios tiene diferentes formas de actuar, pero cuando abre una puerta es porque desea que pases por ella y seas aún más lleno de bendiciones y satisfacciones, y que sigas expresando y difundiendo ese amor incondicional que Cristo ya hizo por nosotros. Cierra tus ojos físicos y comienza a creer lo que Él tiene preparado para ti.
“…Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible….” (Marcos 9:23)

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