martes, 24 de enero de 2017

Fracaso o éxito, ¡decídete!

“…Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús…” (Filipenses 3:13-14).
Todos los seres humanos nacimos potencialmente para vencer. Por supuesto, la pecaminosidad, heredada de Adán, nos llevó a percibir el fracaso como algo previsible. No obstante, al recibir la libertad por la muerte sacrificial del Señor Jesús y su resurrección, recobramos esas potencialidades.
Tengamos en cuenta que la derrota anida sobre todo en el corazón. No es algo que lo determinen las circunstancias reinantes porque, contrariamente a lo que podamos pensar, fuimos llamados a sobreponernos a todas las condiciones difíciles.
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Por esta razón, no está de más afirmar que cada uno determina si se somete al fracaso o se levanta y emprende el camino a la victoria.
¿Qué determina el éxito y la victoria?
Al interrogante respecto a qué determina el éxito y la victoria, es necesario ofrecer una respuesta sencilla y práctica: la perseverancia. Esta disposición a perseverar es fundamental en todas las áreas de nuestra vida.
En cierta ocasión, y refiriéndose a los momentos difíciles que experimentarían sus seguidores al final de los tiempos, el Señor Jesús dijo:Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13).
No se trata de un asunto banal sino al contrario, de algo trascendental. Aquí se marca la diferencia: renunciamos ante los primeros tropiezos o, por el contrario, seguimos adelante, ascendiendo los escalones hacia la cima del éxito y la victoria. Determinados a vencer.
Si somos conscientes de nuestra condición de vencedores en Cristo Jesús, podemos repetir lo que el apóstol Pablo escribió en su carta a los cristianos del primer siglo en Corinto:Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Corintios 2:14).
Observe con detenimiento que quien nos lleva en triunfo es Cristo Jesús. No somos nosotros con nuestras fuerzas y capacidades, sino Él. ¿Qué hacer entonces? Pues avanzar tomados de Su mano. Él nos concede la victoria.
Aún así, los problemas no dejarán de aparecer, son propios de la cotidianidad. Pero estamos llamados a sobreponernos, a asumir el papel de protagonismo que nos corresponde en nuestra condición de creyentes. “Si Jesús es más poderoso que el que está en el mundo, yo como su discípulo, soy beneficiario directo de Su poder”, podemos repetirnos una y otra vez.
El apóstol Pablo sabía que la victoria no era algo instantáneo sino que obedecía a la perseverancia. Con este convencimiento escribió: Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14).
Usted es un vencedor, convénzase de eso. Piense como ganador. Deje de mirarlo todo desde el prisma de quien aún no ha tomado conciencia de lo que es en Cristo Jesús: además de una nueva criatura, usted es alguien llamado a tener la victoria en cualquier camino que emprenda.

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