Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en conocimiento, en toda solicitud y en vuestro amor por nosotros, abundad también en esta gracia de dar. 2 Corintios 8;7
A Cecilia le
esperaba una sorpresa, cuando llegó a entregar su siguiente pizza y se encontró en la puerta de una iglesia. Confundida, entró para entregar el pedido y se
encontró con el pastor.

Cuando los primeros cristianos padecían pobreza, la iglesia los ayudaba. Aunque los cristianos macedonios estaban pasando necesidad, se sacrificaban para dar y lo consideraban un privilegio (2 Corintios 8:1-4). Pablo citó su generosidad como ejemplo para los corintios (y para nosotros). Cuando usamos nuestra abundancia para suplir las necesidades de los demás, reflejamos a Jesús, quien entregó sus riquezas para suplir nuestra pobreza espiritual (verso 9).
Cecilia les contó a todos sus clientes de la bondad de la iglesia aquel día y, siguiendo su ejemplo, donó el resto de las propinas del día a otros con necesidad. Un acto de generosidad se multiplica. Y Cristo recibe la gloria.
Señor, úsanos para suplir las necesidades de los demás.
Nuestra
generosidad suple necesidades y glorifica a Jesús.
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