Entristece mucho conversar con jóvenes o adolescentes que están “cargados” y se sienten presionados por el hecho de seguir los caminos de Dios. Preocupa lo que hacemos como “adultos” y cuánto nos importa dar un modelo de Iglesia más que de Cristo. Cuando se conoce a Cristo y éste se revela a nuestra vida no tenemos nada más que felicidad y libertad en nuestro corazón, pero cuando después de este importante paso nos llenamos de cargas y obligaciones como creyentes, difícilmente nos vamos a sentir felices o realizados.
Apena ver a jóvenes sobre-exigidos y demandados en la iglesia, cuando están agotados después de una larga y pesada jornada universitaria o escolar, y se les obliga a inscribirse en un horario de oración y ayuno, o bien, a algún curso que se hace cerca de las nueve de la noche, después de haber estado TODO el día lejos de su casa, con hambre y sueño. Enoja que no se entiendan los procesos ni se respeten los llamados, pues todos somos distintos, (¡gracias a Dios!), y nos mueven distintas tareas y cosas dentro de la iglesia, entendida como templo o espacio físico. Sin embargo esta exigencia durante años en círculos cristianos, vemos cómo cada vez aumenta el desencanto por comprometerse con un trabajo eclesiástico que demanda priorizar otras actividades. Frecuentemente vemos que hay muchos jóvenes universitarios, por ejemplo, que son brillantes en sus instituciones académicas, que los promocionan y hablan bien de ellos y, en contraste, muchas veces en las iglesias ni siquiera sus nombres son conocidos. Tal vez los jóvenes y adolescentes experimentan esta realidad con más fuerza, pero parece preocupante que el mismo lugar físico que permitió que alguien conozca a Cristo sea ahora el que lo muestre a un mundo de exigencias y tareas obligadas.
Cuando nos enfrentamos a un contexto así, cuando estamos en presencia de un sistema así, no nos queda otra que mirarnos a nosotros mismos y reflexionar en el por qué estamos donde estamos y haciendo lo que hacemos.
El fin de semana conversó conmigo mi líder de jóvenes, y muy sabiamente me dijo que ella creía que si yo no hubiese tenido tiempo para trabajar con los adolescentes lo más probable es que me hubiese ido de la iglesia, no de la que asisto, de cualquier sistema eclesiástico. Y tiene toda la razón. Con esto no estoy diciendo que esté disconforme con mi iglesia ni mucho menos, solo estoy intentando reflejar una realidad con la que todos en algún momento nos hemos encontrado y hemos tenido que tomar una determinación: me alejo o me quedo.
Cuando decido alejarme me decepciono, sufro, me duele, y lo más probable es que me sumerja en una serie de pensamientos que poco o nada servirán para que salga adelante. Sin embrago, si me quedo el desafío es mayor, pues tengo que preguntarme por qué me quedo…mejor dicho, POR QUIÉN ME QUEDO. Ante esta pregunta de alto impacto tomo una determinación: si me quedo por amor a Dios me hago libre de la gente... para poder servir a la gente. No espero estar más de acuerdo que cumplir con aquello que arde en mi corazón.
Lo más relevante de todo esto, es que no se trata solo de ti, se trata solamente de Él. Me encanta un pasaje que sale en el libro de Gálatas 1:10 (NTV) que dice:
“No es mi intención ganarme el favor de la gente, sino el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la gente, no sería un siervo de Cristo”
Y aquí está la gran receta para cuando me decepciono o algo no me gusta, entender que no se trata de mí y de que mi intención no es hacer por hacer, sino hacer porque soy un siervo de Dios. Cuando logro entender esto soy LIBRE, pero lo mejor de todo es que puedo servir a Dios sin importar si todos están conmigo o si camino totalmente solo…
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