jueves, 1 de junio de 2017

La Práctica de la Presencia de Dios (3)

Hace más de 300 años, en un monasterio de Francia, un hombre descubrió el secreto para vivir una vida de gozo. 
A la edad de dieciocho años, Nicolás Herman vislumbró el poder y la providencia de Dios por medio de una simple lección que recibió de la naturaleza. Pasó los siguientes dieciocho años en el ejército y en el servicio público. Finalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un viaje de 30 años que le llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente. En tiempos tan difíciles como aquellos, Nicolás Herman, conocido como el Hermano Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar continuamente en la presencia de Dios. 
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El Hermano Lorenzo era un hombre gentil y de un espíritu alegre; rehuía ser el centro de atención, sabiendo que los entretenimientos externos “estropean todo”. Después de su muerte fueron recopiladas unas pocas de sus cartas. Fray José de Beaufort, representante del arzobispado local, ajuntó estas cartas con los recuerdos que tenía de cuatro conversaciones que sostuvo con el Hermano Lorenzo, y publicó un pequeño libro titulado La Práctica de la Presencia de Dios. 

En este libro, el Hermano Lorenzo explica, de forma simple y bella, cómo caminar continuamente con Dios, con una actitud que no nace de la cabeza sino del corazón. El Hermano Lorenzo nos legó una manera de vivir que está a disposición de todos los que buscan conocer la paz y la presencia de Dios, de modo que cualquiera, independientemente de su edad o de las circunstancias por las que atraviesa, pueda practicarla en cualquier lugar y en cualquier momento. 

Una de las cosas hermosas con respecto a La Práctica de la Presencia de Dios es que se trata de un método completo.

En cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo, encontramos una manera directa de vivir en la presencia de Dios, que hoy, trescientos años después, sigue siendo práctica.

3ª Conversación

El Hermano Lorenzo me dijo que el fundamento de su vida espiritual había sido la interiorización por fe, de un elevado concepto y valoración de Dios; y una vez que lo hubo adquirido, ya no tuvo ningún otro interés que no fuese el de rechazar fielmente todo otro pensamiento, para poder así hacer todo por amor a Dios. Que cuando no tenía ningún pensamiento acerca de Dios por un cierto tiempo, no se inquietaba, porque después de haber reconocido delante de Dios este desgraciado hecho, volvía a Él con una confianza mucho mayor. Dijo que la confianza que ponemos en Dios honra al Señor enormemente, y hace descender sobre uno grandes gracias.

Que era imposible no solamente engañar a Dios, sino que también era imposible que un alma sufriera por largo tiempo, si estaba perfectamente rendida a Él y resuelta a soportar cualquier cosa por amor a Él. De esta manera, el Hermano Lorenzo había experimentado frecuentemente el pronto socorro de la Gracia Divina. Y debido a su experiencia con la gracia de Dios, cuando tenía un trabajo que hacer, no pensaba en él de antemano, sino justo cuando llegaba el momento de hacerlo, y encontraba, como reflejado en Dios (como en un espejo), todo lo que era adecuado hacer. Cuando los trabajos externos le distraían un poco de sus pensamientos puestos en Dios, un recuerdo fresco proveniente de Dios mismo le llenaba el alma, y así era tan inflamado y transportado que le resultaba difícil contenerse. Dijo que estaba más unido a Dios en sus trabajos externos, que cuando los dejaba a un lado para retirarse a hacer sus devociones. Sabía que en el futuro tendría un gran dolor corporal o mental, y que lo peor que podría sucederle era perder aquel sentido de Dios que había disfrutado durante tanto tiempo, pero que la bondad de Dios le aseguraba que no le abandonaría totalmente, y que le daría fuerzas para soportar cualquier mal que le sucediera con el permiso de Dios. Por lo tanto, no tenía ningún temor. 

No había tenido la ocasión de consultar con nadie acerca de su estado. Que cuando intentó hacerlo, siempre había salido más perplejo; y que como era consciente de su disposición de su vida a Dios por amor a Él, no tenía ninguna inquietud al respecto. Que la entrega perfecta a Dios era un camino seguro al cielo, un camino en el cual tenemos siempre la luz suficiente para saber cómo conducirnos.

Que lo principal de la vida espiritual, es ser fieles en el cumplimiento de nuestros deberes y negarnos a nosotros mismos; y cuando lo hacemos disfrutamos de placeres inefables: que en las dificultades solamente necesitamos recurrir a Jesucristo, y suplicar por su gracia, con la cual todo llega a ser fácil. Que muchos no crecen como Cristianos porque se aferran a penitencias y ejercicios particulares pero descuidan el amor a Dios, que es la meta de todo. Que esto se manifiesta claramente por sus obras, y es la razón por qué se ven tan pocas virtudes sólidas. Que no necesitaba ni arte ni ciencia para ir a Dios, sino solamente un corazón determinado resueltamente a no dedicarse a otra cosa que no fuera Dios, su amor a Dios, y de amarle solamente a Él.

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