martes, 9 de mayo de 2017

En el bautismo

« Y Jesús, después que fue bautizado, salió inmediatamente del agua y vio que el cielo se abrió y que el Espíritu de Dios bajaba sobre él como una paloma». Mateo 3: 16, PDT
Jesús fue nuestro ejemplo en todo lo que respecta a la vida y a la piedad. Fue bautizado en el Jordán, en la forma en que deben serlo los que se acercan a Él. Los ángeles celestiales estaban observando con intenso interés la escena del bautismo del Salvador, y si los ojos de los que estaban mirando hubieran sido abiertos, habrían visto la hueste celestial rodeando al Hijo de Dios mientras se arrodillaba a la orilla del Jordán.
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El Señor había prometido a Juan el Bautista darle una señal por la cual pudiera conocer quién era el Mesías, y al salir Jesús del agua, se le dio la prometida señal, porque vio los cielos abiertos y al Espíritu de Dios, en forma de paloma, que se posaba sobre Cristo, y una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3: 17). Jesús, el Redentor del mundo, había abierto el camino para que el más pecador, el más necesitado y el más oprimido y despreciado, pudieran hallar acceso al Padre, pudieran tener un hogar en las mansiones que Jesús fue a preparar para aquellos que lo aman.

«Todos los que hemos sido bautizados en Cristo somos los elegidos de Dios. «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. (Romanos 6: 3-4). Somos santos ante Dios, y Él nos reconoce como sus amados. Como tales, nos hallamos bajo el solemne pacto de distinguirnos en el mundo manifestando humildad en nuestra manera de ser y comportarnos. Para ello, necesitamos revestirnos del manto de la justicia de Cristo.
 

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