lunes, 10 de abril de 2017

Defensa personal

“Por sobre todas las cosas cuida tu corazón,
porque de él mana la vida”.
(Proverbios 4:23 NVI)
El corazón de una mujer es un profundo océano de secretos; frase famosa de la película Titanic. Bien lo dice el Señor en su palabra, somos vasos frágiles, fácilmente quebrantables; para nuestros hombres parecemos un reproductor de cancioncillas desafinadas y sin sentido; para nosotras, representamos la necesidad extrema de hacerles saber lo que sentimos y necesitamos.
Queremos que hilen fino en el límite de la cordura; deseamos paz, ternura, detalles que nos hagan sentir amadas; detalles que cuando no los recibimos, nuestro corazón palpita una y otra vez, tratando de acallar el ruido que producen nuestros más negativos pensamientos.
Es una realidad que dar en vez de recibir es mucho más satisfactorio. Es la renuncia voluntaria a perder el tiempo esperando suplir las más altas expectativas con la persona equivocada.
Que la palabra amable calma el enojo, que el ánimo decaído seca los huesos, que la belleza no es la que se lleva por fuera, que la contienda desgasta y agota; verdades inmanejables por nuestro carácter impaciente o intolerante al sufrimiento; bloqueamos nuestras emociones, y a muchas se nos hace difícil que a nuestro alrededor no se enteren de nuestra insatisfacción, pero nuestro rostro habla por sí solo y nuestras reacciones automáticas nos delatan.
De lo que hay en el corazón habla la boca; lo que contamina a una persona no es lo que entra por ella, sino lo que sale de allí. Honramos a Dios con nuestros labios, pero en realidad nos encontramos lejos de Él. Decimos que lo amamos, pero nos sentimos incapaces en los momentos de efervescencia, de guardar la compostura a la que hemos sido llamados.
Somos legalistas  e hipócritas, ya que unas veces nos creemos con el derecho de criticar y señalar a quienes creemos se han equivocado, y otras veces somos condescendientes al justificar cosas como los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias; nuestra permisividad sobrepasa los límites esperados por el Todopoderoso, que aunque no lo vemos físicamente, se ha encargado de mostrarnos las consecuencias de nuestra torpeza (Mateo 15: 17-20 NVI).

La verdad es que el corazón nos traiciona, seguirlo es condenarnos lentamente a ser esclavos de nuestros deseos, y quisiéramos esconder su conspiración en contra de lo que nos duele. Pero Dios ya sabe de antemano nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestras vagas intenciones, y a pesar de que nos ama, no dejará de disciplinarnos por nuestra falta de sabiduría (Jeremías 17:9-10).
Afrontar con decisión aquello que nos roba la paz, garantizando así nuestra seguridad física, definitivamente es necesario, pero para todo cristiano debe ser prioritaria la estabilidad espiritual, evitando la confrontación con violencia y llevando siempre en alto el nombre de Dios; confiar en su poder será siempre tu mejor defensa.

Hijo mío, no te olvides de mis enseñanzas; más bien, guarda en tu corazón mis mandamientos. Porque prolongarán tu vida muchos años y te traerán prosperidad.

(Proverbios 3:1-2 NVI).

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