La primera área de trabajo del Espíritu está en el proceso de regeneración. Otra palabra para regenerar es “renacer,” de donde procede el concepto de “nacer de nuevo.” El texto bíblico de la prueba de esto se encuentra en el Evangelio de Juan: “En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.” (Juan 3:3). Esto conduce a la pregunta: ¿qué tiene que ver esto con la obra del Espíritu en el Antiguo Testamento? Más adelante, en Su diálogo con Nicodemo, Jesús le dijo: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? (Juan 3:10). El punto en el que Jesús quería incidir, es que Nicodemo debía haber sabido la verdad de que el Espíritu Santo es la fuente de la vida nueva, porque así es revelado en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Moisés les dijo a los israelitas antes de entrar a la Tierra Prometida que “el SEÑOR tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.” (Deuteronomio 30:6). Esta circuncisión del corazón es la obra del Espíritu de Dios y únicamente puede ser realizada por Él. También vemos el tema de la regeneración en Ezequiel 11:19-20 y Ezequiel 36:26-29.
El fruto de la obra de regeneración del Espíritu es la fe (Efesios 2:8). Ahora sabemos que había hombres de fe en el Antiguo Testamento, porque Hebreos 11 nombra a muchos de ellos. Si la fe es producida por el poder regenerador del Espíritu Santo, éste debe ser el caso de los santos del Antiguo Testamento, quienes vieron la cruz en el futuro, creyendo que lo que Dios había prometido respecto a su redención sucedería. Ellos recibieron las promesas “… habiéndolas visto y aceptando con gusto desde lejos” (Hebreos 11:13), aceptando por fe que lo que Dios había prometido que también lo cumpliría.
El segundo aspecto de la obra del Espíritu en el Antiguo Testamento es Su permanencia, o llenura. Aquí es donde aparece la mayor diferencia entre los roles del Espíritu en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento enseña que la morada del Espíritu Santo es permanente en los creyentes (1 Corintios 3:16-17; 6:19-20). Cuando ponemos nuestra fe en Cristo para salvación, el Espíritu Santo viene a morar dentro de nosotros. El Apóstol Pablo llama a esta morada permanente la “garantía de nuestra herencia” (Efesios 1:13-14). En contraste con esta obra en el Nuevo Testamento, la permanencia del Espíritu en el Antiguo Testamento era selectiva y temporal. El Espíritu “vino sobre” personas del Antiguo Testamento tales como Josué (Números 27:18), David (1 Samuel 16:12-13) y Saúl (1 Samuel 10:10). En el libro de Jueces, vemos que el Espíritu “vino sobre” varios jueces a quienes Dios llamó para librar a Israel de sus opresores. El Espíritu Santo descendía sobre estas personas para tareas específicas. La presencia del Espíritu Santo era una señal del favor de Dios sobre esa persona (en el caso de David), y si el favor de Dios dejaba a la persona, el Espíritu se apartaba (por ejemplo el caso de Saúl en 1 Samuel 16:14). Finalmente, cuando el Espíritu “venía sobre” una persona, no siempre era indicativo de la condición espiritual de ella (por ejemplo Saúl, Sansón, y muchos de los jueces). Así que mientras que en el Nuevo Testamento el Espíritu solo mora en los creyentes y Su morada es permanente, en el Antiguo Testamento el Espíritu venía sobre ciertos individuos para una tarea específica, independientemente de su condición espiritual. Una vez que la tarea era concluida, el Espíritu, presumiblemente, partía de esa persona.
El tercer aspecto de la obra del Espíritu en el Antiguo Testamento, es Su refrenamiento del pecado. Génesis 6:3 parece indicar que el Espíritu Santo contuvo la pecaminosidad del hombre, y que este freno es retirado, cuando la paciencia de Dios respecto al pecado alcanza ya su “punto de ebullición.” Esta creencia es secundada en 2 Tesalonicenses 2:3-8, cuando dice que al final de los tiempos una creciente apostasía señalará la venida del juicio de Dios. Hasta el tiempo pre-ordenado, cuando el “hombre de pecado” (verso 3) sea revelado, el Espíritu Santo está refrenando el poder de Satanás, y solo se apartará cuando haya cumplido Sus propósitos para hacerlo.
El cuarto y último aspecto de la obra del Espíritu en el Antiguo Testamento, es el capacitar para el servicio. De manera muy parecida a como operan los dones en el Nuevo Testamento, el Espíritu capacitaba a ciertas personas para servir. Consideremos el ejemplo de Bezaleel en Éxodo 31:2-5 quien fue dotado para hacer gran parte de la obra de arte relacionada con el Tabernáculo. Además, recordando la morada selectiva y temporal del Espíritu Santo antes mencionada, vemos que estos individuos eran capacitados para realizar ciertas tareas, tales como gobernar sobre el pueblo de Israel (por ejemplo Saúl y David).
También podríamos mencionar el papel del Espíritu en la creación. Génesis 1:2 habla de que “el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas,” supervisando la obra de la creación. De forma similar, el Espíritu es el responsable de la obra de la nueva creación (2 Corintios 5:17) ya que Él es quien trae a las personas al reino de Dios a través de la regeneración.
Con todas estas consideraciones, vemos que el Espíritu realiza gran parte de las mismas funciones en los tiempos del Antiguo Testamento, así como lo hace en la era actual. La mayor diferencia es la residencia permanente del Espíritu en los creyentes de ahora. Como Jesús dijo respecto a este cambio en el ministerio del Espíritu, “pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros.” (Juan 14:17).
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