miércoles, 25 de mayo de 2016

¿Cómo es el Cielo?

Si usted preguntara a varias personas si creen que hay un lugar llamado cielo, la mayoría probablemente le diría que sí. Pero si les pregunta cómo es o cómo se puede llegar allí, es congruente sospechar que recibiría diversas respuestas. Aunque muchas personas se aferran a la creencia del cielo y esperan ir allí cuando mueran, muy pocas tienen una idea precisa del mismo.
Ya que los seres humanos estamos atados a la tierra hasta la muerte, son frecuentes los conceptos equívocos acerca del cielo. Algunas personas lo imaginan como un lugar donde flotan espíritus amorfos, o donde hay ángeles sentados en las nubes tocando arpas. Y las películas representan su propia versión de lo que nos espera.
En medio de todas las opiniones confusas y contradictorias, debemos recordar que la única fuente segura de información precisa sobre el cielo es la Biblia. Dios nos da en sus páginas destellos de escenas celestiales. Aunque podamos anhelar tener más detalles y descripciones, el Señor ha revelado solo lo que Él quiere que sepamos y, muy probablemente, lo que podemos entender. Nuestras limitaciones humanas nos impiden comprender adecuadamente la gloria inimaginable que hay allí arriba. No tenemos ningún marco de referencia para entender todo lo que Dios ha preparado para nosotros (1 Corintios 2. 9). Muchas veces tenemos más preguntas que respuestas.
¿CÓMO PUEDO LLEGAR AL CIELO?
La Biblia dice claramente que después de la muerte solo hay dos posibles destinos para la humanidad: el cielo o el infierno. En una historia que contrasta níti
damente el bienestar del paraíso con el tormento del infierno, Cristo dijo que cambiar "a posteriori" de lugar es imposible (Lucas 16.19-31). Sabiendo esto, sería una insensatez ignorar la Palabra de Dios, y arriesgarse a confiar en nuestras propias ideas acerca de cómo llegar al cielo.
Muchas personas piensan que su destino eterno depende de la manera en que se comporten. Si son más las buenas obras que las malas, creen que Dios los aceptará. Pero el Señor dice que todas nuestras buenas obras son “como trapo de inmundicia” ante Él (Isaías 64.6). Ya que todos somos pecadores por naturaleza, no estamos cualificados para entrar en la santa morada de Dios.
Nuestra entrada en el cielo no depende de lo buenos que seamos; lo que importa es lo bueno que es Cristo, y lo que Él hizo por nosotros. El Señor vivió una vida absolutamente perfecta y pagó el castigo por nuestros pecados al morir en nuestro lugar. Quienes creen esto y aceptan el pago que Él hizo a su favor, reciben un billete al cielo que jamás podrá ser invalidado.
¿POR QUÉ DEBERÍA ESTAR INTERESADO EN EL CIELO?
Algunos cristianos se contentan simplemente con saber que estarán seguros eternamente. Por supuesto, quieren experimentar las glorias de arriba, pero no ven ninguna conexión inmediata entre sus vidas cotidianas y su destino futuro. Por tanto, no sienten el deseo de saber más sobre el cielo. Pero Cristo quiere que los creyentes sepan cuál es “la esperanza a que él nos ha llamado, y… la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1.18).
El cielo es nuestro hogar futuro. Allí es donde está nuestra ciudadanía; somos solo transeúntes en la tierra. Toda una vida aquí parecerá un simple soplo en comparación con la eternidad. Siempre que usted lea un pasaje bíblico que describa una escena o actividad celestial, inclúyase en ellas, porque ésa será su realidad. Las puertas del cielo y las calles de oro no son un cuento de hadas, y algún día usted pasará por esas puertas, caminará por esas calles, y verá cara a cara al Señor.
Esta morada eterna será el hogar de todos los hijos de Dios. Nos encontraremos con los santos de todos los siglos, y nos reuniremos con nuestros seres queridos que fueron salvos. Y esta reunión será mucho mejor que cualquier otra que hayamos experimentado antes. No habrá conflictos ni malentendidos; solo la comunión ideal y el amor perfecto que todos anhelamos.
Pero la razón más importante para saber más acerca del cielo, es porque es la morada de Dios. Finalmente estaremos en presencia de Aquel que murió por nosotros. Durante todos nuestros años terrenales lo hemos amado y servido, pero en la eternidad nuestra fe se convertirá en visión. El pecado que nos impedía tener una comunión perfecta con el Señor, nunca más nos volverá a estorbar.
¿CÓMO ES EL CIELO?
Por haber venido Jesús Hijo a la tierra, Él tenía un conocimiento de primera mano de nuestro glorioso hogar futuro. Poco antes de morir, Jesús dijo a sus discípulos que estaba regresando a casa de su Padre a preparar un lugar para ellos, y que regresaría para llevarlos a su nuevo hogar (Juan 14.1-3). Desde ese día, los cristianos a lo largo de la historia, han estado esperando su regreso.
Cuando un creyente muere, su alma es llevada de inmediato a la presencia del Señor, para experimentar todos los goces y la comodidad del cielo (2 Corintios 5.6-9). Cristo vendrá con ellos cuando vuelva por su iglesia, y las almas de ésta se unirán con cuerpos resucitados imperecederos (1 Tesalonicenses 4.13-17). Quienes estemos vivos en ese momento seremos transformados; nuestros cuerpos, antes débiles, mortales y pecaminosos, se volverán gloriosos, inmortales y perfectos.
Si usted quiere saber lo que será su nuevo cuerpo, mire el cuerpo de Cristo después de su resurrección. No era un espíritu etéreo, sino carne y huesos; los discípulos pudieron verlo y tocarlo, e incluso comió con ellos (Lucas 24.36-43). Pero lo mejor de nuestros nuevos cuerpos, es que estarán libres del pecado y de su maldición. Nunca más experimentaremos lucha interior para obedecer al Señor, ni viviremos con el dolor, el sufrimiento y la muerte como resultado de la caída de la humanidad.
Muchos años después de que Juan escuchara la promesa de Cristo de ir a preparar un lugar para los suyos, tuvo una visión del futuro. Vio un cielo nuevo y una tierra nueva que habían sido purificados por completo de todo pecado. De pie sobre una alta montaña, vio a la Nueva Jerusalén descender del cielo. El lugar prometido estaba listo y preparado. Lo que vio estaba más allá de cualquier descripción humana, pero Juan se esmeró por poner esta visión celestial en lenguaje terrenal (Apocalipsis 21.1–22.5).
El brillo de la gloria de Dios resplandecía de la estructura, y sus fundamentos brillaban con diversos colores de piedras preciosas. Las puertas estaban hechas de perlas, y las calles eran de oro. Esta ciudad había sido diseñada por el Señor, como el lugar donde Él y la humanidad compartirían con una relación estrecha y perfecta para siempre.
Aunque podemos tener dificultades para imaginar la estructura física de esta ciudad, no tenemos ningún problema para entender el significado de las cosas que no estarán en la Nueva Jerusalén. No habrá dolor, ni lágrimas, ni luto, ni muerte. Toda frustración, todo tedio, y todos los problemas desaparecerán. Nadie tendrá discapacidades, y nuestros cuerpos nunca envejecerán, ni se cansarán ni enfermarán.
¿QUÉ HARÉ EN EL CIELO?
Aunque la mayoría de nosotros entiende que el cielo es un lugar de mucho gozo y regocijo, podemos preguntarnos qué estaremos haciendo allí
. Hasta algunos cristianos han llegado a expresar su preocupación de que pudiera ser aburrido.
Aunque la alabanza a nuestro Señor y Salvador será una parte esencial de nuestra actividad, debemos tener cuidado de no verla estrictamente desde la perspectiva de nuestra presente experiencia terrenal. Ahora estamos viviendo en cuerpos carnales, y luchamos con nuestro egocentrismo, pero allí estaremos libres del egoísmo y tendremos un gozo constante al alabar al Señor. Llegará el día en que veremos las cosas como son en realidad (1 Corintios 13.12). Al ver plenamente de qué nos salvó Cristo y la gloria que nos tiene preparada, no podremos evitar darle gracias y exaltarlo con gozo.
En realidad, todo lo que hagamos será un acto de adoración. El Señor contó una parábola en Lucas 19.12-16, que enseña claramente que recibiremos responsabilidades en el cielo, conforme a nuestro grado de fidelidad de lo que Dios nos confió en la tierra. Aun en la eternidad, somos descritos como siervos del Señor (Apocalipsis 22.3). Nuestro servicio a Cristo comenzó en el momento que fuimos salvos, y continuará por siempre. La nueva ubicación en el cielo no implicará el término del servicio, sino la perfección del mismo; toda frustración, toda derrota, y toda insuficiencia que hayan acompañado a nuestra labor desde la caída de la humanidad, serán eliminadas.
¿CÓMO PUEDO PREPARARME PARA EL CIELO?
Estar al tanto de la gloria que nos espera en la eternidad, debe motivarnos a vivir para Cristo durante nuestro tiempo en la tierra. Mantener una perspectiva de lo eterno nos capacita para soportar las adversidades y el sufrimiento sin desanimarnos. Como Pablo, entenderemos que “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.18). Cuando las dificultades de esta vida se vuelvan agobiantes, recuerde que las únicas congojas y sufrimientos que usted experimentará serán durante su vida terrenal, pero que el gozo del cielo será suyo para siempre.
Mientras permanezcamos en este mundo, Dios tendrá trabajo para nosotros. Como testigos de Cristo, tenemos la responsabilidad de hablar a otros del Salvador, para que ellos, también, puedan estar con Él para siempre. De hecho, todo lo que hagamos, debemos hacerlo como para el Señor (Colosenses 3.23). Nuestro propósito debe ser vivir para Él, no para nuestros propios placeres y ambiciones.
La conciencia de la eternidad debe motivarnos a vivir en santidad, de modo que seamos dignos de recibir una recompensa. Cuando estemos ante el tribunal de Cristo, no nos preocupará nuestro destino final, pues ya fue resuelto en la cruz. Pero Él evaluará nuestras obras y nos recompensará conforme a las mismas (1 Corintios 3.10-15). Quienes fueron siervos fieles, serán recompensados con mayores responsabilidades y con el elogio del Señor (Mateo 25.20-23).
Cada día es una oportunidad que tenemos de prepararnos para nuestro hogar eterno. Es muy fácil desviarse por las preocupaciones de esta vida, pero lo que hagamos hoy determinará lo que experimentaremos en la eternidad. Invirtamos nuestra vida en el servicio fiel a Dios, y el elogio de Cristo de “bien, buen siervo y fiel” será digno de cualquier sacrificio terrenal.



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