lunes, 21 de noviembre de 2016

La Buena cosecha

No es preciso ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere una buena semilla, buen abono y riego constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, tirando de ella hacia sí con el riesgo de echarla a perder, y gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!
Ahora bien, hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes:
Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, al extremo que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas la planta de bambú crece más de 30 metros.
¿Tardó solo seis semanas en crecer?
No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas para desarrollarse.
Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente consecuencia del crecimiento interno, y que éste requiere tiempo.

Quizá por la misma impaciencia, muchos de los que aspiran a resultados a corto plazo, abandonan súbitamente, justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.
Es difícil convencer al impaciente de que solo llegan al éxito aquellos que luchan de forma perseverante y coherente, y saben esperar el momento adecuado.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante. Es en esos momentos (que todos tenemos), cuando no está mal recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que mientras no bajemos los brazos, ni abandonemos por no “ver” el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo dentro nuestro: estamos creciendo, madurando.
Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá el pábulo del éxito, cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia. Y tiempo…
¡Cómo nos cuestan las esperas! ¡Qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en el que vivimos…!
Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al chófer del taxi… nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien por qué…
Y perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos creamos patologías que provienen de la ansiedad, del estrés…
¿Para qué?
Tratemos de recuperar la perseverancia, la espera, la aceptación. Gobernar aquella toxina llamada impaciencia, la misma que nos envenena el alma. Si no conseguimos lo que anhelamos, no desesperemos…
Quizá solo estés echando raíces…
Lucas 8:15 “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia."
Lucas 21:19 “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”
Romanos 5:3 “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia”
Hebreos 6:12 “Que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”.

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