miércoles, 19 de octubre de 2016

Incomodidades

El lunes de esta semana reciente me pasó algo muy peculiar. Seguramente hay algo que te guste muy poco hacer y que tengas que hacerlo pese a que no te agrade. En mi caso es cocinar, y ahora que mi vida ha cambiado mucho me veo en la necesidad/obligación de hacerlo, pese a lo mucho que me desagrada esta actividad.
incomodidadesBueno, este lunes después de una jornada agotadora de más de 12 horas de trabajo, fui al supermercado a comprar los ingredientes que me faltaban para preparar el almuerzo para el día siguiente, y tenía perfectamente planeado el menú, pero me encontré con la sorpresa de que faltaba el ingrediente principal. Comencé a pensar qué otra alternativa tenía, pero estaba tan bloqueada centrada en mi receta, que no veía ninguna otra posibilidad.
Probablemente este mismo “bloqueo” se nos produzca cuando el camino se ponga difícil o cuando algo se salga de nuestra planificación, sobre todo si se está MUY apegado a las planificaciones, y no seamos capaces de ver las distintas alternativas que tenemos para lograr el mismo objetivo, aunque a través de otras vías (otra perspectiva). Además, en el momento de cambiar el camino puede que se produzca una incomodidad tal que nos resistamos a realizar este cambio, y permanezcamos porfiadamente en la ruta que estamos viendo que no nos lleva a nada, y que por más que insistamos, no logramos nada diferente. Sin embargo, persistimos obstinadamente en lo mismo.
Esto también ocurre con nuestra vida espiritual. A ratos Dios parece tremendamente incomprensible e indescifrable, y cuando insistimos en hacer las cosas de una determinada forma y orientarnos hacia alguna meta cada vez más lejana, nos bloqueamos y porfiamos en continuar viendo y comprobando que “allí” ya no hay nada, nada que sirva. Es muy probable que ante esto queramos llorar, que nos enojemos, nos decepcionemos y desanimemos, pero es importante que ALGO NOS SUCEDA, que algo sintamos…porque solo sintiendo esta incomodidad podremos permitirnos salir de “allí” y comenzar a ver bajo otra perspectiva la situación.

Aquél lunes en el supermercado me di cuenta de lo frágiles que son mis planes y de lo poco perseverante que soy cuando algo no se da como yo espero. Pero también me di cuenta que si no fuera Dios el que me susurra al oído nuevos planes o ideas (en mi caso recetas), nunca saldría adelante. Y no puedo negar que a veces, cuando estoy muy cansada y algo mínimo no resulta como se supondría que debiese hacerlo, me molesto y pregunto a Dios por qué no me puede ahorrar ese mal rato o ese cansancio extra; y en Él mismo encuentro la respuesta a esa pregunta, porque mientras resuelve esos asuntos que son casi banales, repara y acomoda los que son más profundos, los que tienen que ver conmigo y mi forma de relacionarme con Él, con el trabajo, con la familia, con el cansancio.
Cuando cosas simples o pequeñas no funcionan como quisiéramos, y se nos acumula un número ingente de ellas, esa sensación de saturación permite que detone dentro de nosotros, la necesidad profunda de que Dios lo arregle todo. Es como si mi guardia bajase y así permitiese que Su amor y Su consuelo entren a un espíritu y cuerpo agotado, decepcionado o apenado.

A través de las pequeñas cosas que nos ocurren, como no encontrar un ingrediente en el supermercado, por ejemplo, Dios hace un trabajo intenso y profundo en nuestras vidas, en donde ese pequeño hecho es la puerta abierta para un devenir de bendiciones que no tienen comparación con el mal rato vivido anteriormente.


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