Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. (1 Samuel 16:7)
El escenario era el siguiente: Samuel lloraba desconsoladamente porque Saúl no había cumplido la voluntad de Dios y su reinado había sido rechazado. Todo esto le causaba mucha aflicción a Samuel.
El escenario era el siguiente: Samuel lloraba desconsoladamente porque Saúl no había cumplido la voluntad de Dios y su reinado había sido rechazado. Todo esto le causaba mucha aflicción a Samuel.
Samuel estaba verdaderamente triste y no dejaba de llorar, cuando Dios le ordenó que llenase su cuerno de aceite y se dirigiera con Isaí a Belén, porque se le había provisto de rey.
Pensemos un momento... ¿cómo se habría imaginado Samuel a ese rey? O mejor dicho ¿cómo se lo imaginaría usted?
Probablemente imaginaría a un hombre alto y fornido, un fortachón. No creo que ni Samuel ni usted imaginara a un hombre bajo y delgado como rey.
Pero mientras nosotros tenemos una forma de ver las cosas, un punto de vista y una manera de pensar, los pensamientos de Dios son distintos a los nuestros, y, de hecho, mucho más altos:
Samuel llegó a Belén y se dirigió a Isaí para conocer a todos sus hijos y ungir al que sería rey. Una vez que llegó, le dijo a Isaí que debía ver a sus hijos: primero, llegó Eliab:Pero mientras nosotros tenemos una forma de ver las cosas, un punto de vista y una manera de pensar, los pensamientos de Dios son distintos a los nuestros, y, de hecho, mucho más altos:
Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55:8-9)
Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. (1 Samuel 16:6)
Fíjense que Samuel le aseguró a Dios que Eliab era el ungido, y esto fue así, porque Eliab tenía el porte de un rey físicamente hablando, sin embargo, Dios le respondió:
Fíjense que Samuel le aseguró a Dios que Eliab era el ungido, y esto fue así, porque Eliab tenía el porte de un rey físicamente hablando, sin embargo, Dios le respondió:
Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. (1 Samuel 16:7)
Samuel juzgaba por las apariencias, y Dios le mostró que siempre, Su visión sobre nosotros, no tenía nada que ver con lo que nosotros veíamos en los demás, sino en lo que había en el interior del hombre.
Después de esto, pasaron delante de Samuel: Abinadab, después Sama, y así hizo pasar a los siete hijos de Isaí, pero ninguno de ellos era el elegido.
Isaí había olvidado a David, que era el menor de sus hermanos y pastoreaba las ovejas, y Samuel hizo que viniera. Cuando llegó David a la presencia de Samuel, Isaí y de sus hermanos, Dios le habló claramente a Samuel, diciéndole que se levantara y lo ungiera porque ése era el rey.
Sabemos que Dios es quien quita y pone reyes (Daniel 2:21), pero aquí la lección es mucho más hermosa y contundente; la clave está en el libro de Jeremías:
Yo, el Señor, escudriño el corazón, pruebo los pensamientos, para dar a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras. (Jeremías 17:10)
Dios mira nuestros corazones y prueba nuestros pensamientos para darnos según el camino que hayamos tomado, y las obras que respalden la transformación que comenzó en nuestro interior.
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