El mensaje de la cruz siempre será relevante y vital para todos. Un mensaje que nos llevará a entender en profundidad el sacrificio perfecto de Cristo por ti y por mí. En la cruz adquirimos los principales derechos, y a su vez, los principales deberes como creyentes.
Posiblemente, la iglesia de nuestros días deba retornar su mirada hacia la cruz, hacia el sacrificio perfecto de Cristo, que si bien tiene una profunda relevancia, creer y aceptarlo es tan sencillo y vital que debe ser puesto en los oídos de los que escuchen la predicación de las iglesias. Estos son algunos significados de la cruz:
Negación. Jesús rehusó tener un buen nombre, al morir como un criminal ante la vista de muchos que le ridiculizaron y se burlaron de Él. En ocasiones estamos tan interesados por nuestra imagen y por la opinión de los demás, que olvidamos el gran ejemplo de Cristo al dejarse ser mezclado con los peores criminales de su época.
Seguramente, al llevar una vida íntegra y al estar en la continua búsqueda de vivir un cristianismo verdadero, correremos el riesgo de no ser los más amados, los mejor calificados por las bocas de muchos; tal vez cuando nuestro estilo de vida nos lleve a avergonzar a los que no creen en Cristo, nuestra favorable popularidad pueda decaer notablemente, pero es un precio que tendremos que pagar gustosamente, sabiendo que seguimos el ejemplo de Aquel que llevó un madero por nuestros pecados.
Dentro del negarnos es importante recordar que ya no nos pertenecemos, pues ahora somos esclavos por amor de quien nos salvó. No es fácil, pero la lucha en contra de hacer lo que nos parece debe ser diaria, pues Jesús dejó su Deidad para hacer la Voluntad de su su Padre, marcándonos la ruta de vida de todos los que decimos ser sus seguidores.
Maldición. Al llevar los pecados de la humanidad Cristo se hizo maldición, por lo que la cruz es un infinito aliciente así como un rompimiento rotundo de maldiciones. Dios, en su justicia, puede maldecir, pero también es verdad que la cruz nos libera de toda maldición. Por eso, no podemos darnos el lujo de vivir en las maldiciones que durante generaciones han estado presentes en nuestras familias; maldiciones no solo de tipo espiritual sino también mental, dado que el problema no es la maldición en si misma, sino el despertar mental y ver que somos malditos. Ya no lo somos.
La cultura, las expresiones y las costumbres han llevado a que personas que creen en el Nombre de Jesús, no comprendan que la maldición ya no es parte de su estilo de vida porque Cristo la cargó, y al hacerse maldición en la cruz, la derrotó para siempre.
Maldición. Al llevar los pecados de la humanidad Cristo se hizo maldición, por lo que la cruz es un infinito aliciente así como un rompimiento rotundo de maldiciones. Dios, en su justicia, puede maldecir, pero también es verdad que la cruz nos libera de toda maldición. Por eso, no podemos darnos el lujo de vivir en las maldiciones que durante generaciones han estado presentes en nuestras familias; maldiciones no solo de tipo espiritual sino también mental, dado que el problema no es la maldición en si misma, sino el despertar mental y ver que somos malditos. Ya no lo somos.
La cultura, las expresiones y las costumbres han llevado a que personas que creen en el Nombre de Jesús, no comprendan que la maldición ya no es parte de su estilo de vida porque Cristo la cargó, y al hacerse maldición en la cruz, la derrotó para siempre.
Triunfo. Colosenses 2:15 indica que Cristo despojó a los principados y a las potestades, y los exhibió públicamente triunfando sobre ellos en la cruz. ¿Dónde los exhibe? y ¿cómo lo hace?
Cristo no fue poseído por demonios, y su vergüenza, su integridad, su fuerza, su cuerpo molido, desnudo, desfigurado, constituyen una manifestación de la profecía de cómo iban a quedar los demonios derrotados con su triunfo en la cruz.
Así como los profetas tuvieron que ejemplarizar circunstancias por medio de algunos de sus actos, Cristo fue, con su resurrección y su innegable victoria, una muestra completa de la profecía de la vergüenza, debilidad y fealdad de Satanás.
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