domingo, 8 de noviembre de 2015

Sol@ porque quiero…

En ocasiones me ocurre que he querido correr hasta Groenlandia sin que nadie me siga y nadie me conozca, por lo que no se espera ni se demanda nada de mí, para experimentar la maravillosa sensación que es la tranquilidad. No se espera que esté siempre con un rostro radiante, no se espera que responda bien, tampoco se espera que acierte siempre porque nadie me conoce. La  búsqueda de esa sensación me acompaña más o menos una vez al año. El resto del tiempo no se me vuelve a cruzar por la mente, y no me atormenta en lo más mínimo, pensar que saldré a la calle y sin duda, a más de alguno saludaré porque lo conozco de algún lugar.

Es curioso lo que ocurre cuando queremos estar solos. Por una parte, sentimos como un ahogo físico por el deseo de estar en otro lugar, preferentemente muy, muy lejos de donde estamos, y sin tener contacto con nadie que nos recuerde nuestras responsabilidades y compromisos; sin embargo, y por otra parte, cuando conseguimos estar solos en la punta del monte (lugar al que deseamos irnos en más de una ocasión), nos sentimos solos y desearíamos que alguien nos acompañara; no sabemos bien para qué quisiéramos que nos acompañaran, pero sí sabemos quién quisiéramos que estuviera a nuestro lado en la punta del monte. Entonces descubrimos quiénes son las personas claves de nuestras vidas.
Cuando, metafóricamente hablando, estamos en la punta del monte, parece ser que todo lo vemos desde una perspectiva distinta; el salir de nuestro lugar habitual, el ser capaces de recorrer un lugar nuevo o al menos respirar otro aire, nos hace desconectar, pero a la vez nos conecta con lo esencial, con aquello que no podríamos tener lejos de nuestra vida; por muy agotados o demandados que nos sintamos, ese “algo” o ese “alguien” no puede estar ausente.
En ciertas oportunidades, cuando nos sentimos profundamente solos y realmente lo estamos, ha sido porque lo hemos escogido así. Así es, nosotros hemos decidido estar solos, ya sea porque no hemos cultivado relaciones profundas con las demás personas, porque hemos alejado, con nuestras actitudes y carácter, a personas que estarían dispuestas a acompañarnos si se lo permitiéramos, o porque no les hemos pedido abiertamente que nos acompañen. Sea por la razón que sea, estar solo o sola es una decisión, y la tomemos conscientemente o no, pasa porque queremos nosotros.
En mi caso, creo que no quiero volver a sentirme sola, y ante la soledad que, sin duda, en algún momento sentiré, pediré compañía, pediré que alguien me tome de la mano cuando quiera irme a la punta del monte, y cuando esté en la punta del monte,…aunque me acompañe en silencio y sus palabras no aquieten mi corazón, no importa, su presencia será suficiente. Cada vez que me sienta sola le pediré a Jesús que tome mi mano, que me permita recostar mi cabeza en su pecho para sentir el latido de su corazón, y descubrir que Él es tan humano como yo y sintió lo mismo que yo. Y ¡claro que lo escogió así!, porque su forma de ser en la tierra alejó a muchas personas de su lado, sí, pero acercó a infinitas más, y lo sigue haciendo hasta la eternidad.
Jesús, cada vez que nos sintamos solos, aunque lo hayamos escogido así, acompáñanos y aquieta nuestro corazón. Que cuando bajemos de la punta del monte a la que nos fuimos, tu amor, tu comprensión y tu contención nos acompañe en cada paso que demos. Tú eres nuestra perfecta compañía, porque si hay alguien que entiende de soledad, ese eres Tú.

Y como dice la canción, Jesús, acompáñame a estar sol@…

No hay comentarios:

Publicar un comentario