miércoles, 4 de noviembre de 2015

Identidad perdida

La relación entre Dios Creador y sus criaturas ha sufrido un daño irreversible, que solamente podrá ser restaurada por la intervención del Señor.
En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios.
Éste estaba en el principio con Dios.
Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron.
Hubo un hombre enviado por Dios, el cual se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino un testigo de la luz.
La luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo.
10 En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no lo conoció.
11 A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron.
12 Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.
13 Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios.
14 Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad;
y vimos su gloria, 
gloria como del unigénito del Padre. Juan 1:1-14
La visita de la Luz del mundo a los hombres debería haber sido motivo de profundo regocijo entre las personas. No obstante, Juan revela una reacción muy diferente a la esperada. La vemos en los versos 7 al 11 de este capítulo. ¿Cuál fue la reacción de los hombres? ¿Qué indica esto acerca de nuestra condición como pecadores? ¿Qué debe suceder para que seamos capaces de ver la luz que brilla en las tinieblas? 
La descripción del suceso que nos ofrece Juan debería encaminarse hacia un desenlace natural: la luz que tanto necesita el mundo se presenta entre nosotros e "ilumina a todo hombre" (verso 9). Estos, extasiados porque finalmente han encontrado lo que tanto tiempo han buscado, reciben con gratitud la presencia de la luz y reordenan sus vidas conforme a la visión que ahora poseen. El relato de este evangelio, sin embargo, da un giro inesperado. Existía la luz verdadera que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron (versos 10-11).
Sin embargo, Él es la respuesta a todas nuestras preguntas, el objeto de nuestros más profundos anhelos, la razón por la que existimos.
La llegada del Mesías representa una oportunidad sin igual en la historia de la humanidad. No se trata de conocer a alguien que puede auxiliarnos a la hora de descifrar los misterios de la vida, sino a uno que nos ofrece la posibilidad de entrar en contacto con Aquel de quien fluye la existencia de todo lo que habita en el universo. 
Frente a la extraordinaria posibilidad que esto representa, los textos que acabamos de leer revelan una tragedia de incalculables proporciones. Juan afirma que el mundo no lo reconoció. Se entiende por esto que la desfiguración sufrida por el pecado ha sido tan profunda y absoluta, que el pecador ya no reconoce en su Creador ninguna similitud con su propia persona. La distancia que lo separa de Aquel que dio inicio a la vida es tan enorme, que ya no guarda ningún registro de lo que alguna vez significó haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. 
La misma actitud es la que identifica el apóstol Pablo en su carta a la iglesia en Roma: NO HAY JUSTO, NI AUN UNO; NO HAY QUIEN ENTIENDA, NO HAY QUIEN BUSQUE A DIOS. A pesar de nuestra convicción de ser personas que "buscamos" a Dios, la verdad es que Cristo no es bienvenido entre los que moran en las tinieblas. La relación entre Dios Creador y sus criaturas ha sufrido un daño irreversible, que solamente podrá ser restaurada por la intervención directa del Señor.
Por esto, no es un error afirmar que no es por iniciativa propia que nos acerquemos a Dios, sino, siempre, como respuesta a los pasos que Él toma en nuestra dirección. Este principio es importante para el ejercicio de una vida espiritual sana, porque nos ubica en el plano que nos corresponde, el de gente que reacciona frente a la intervención divina. Recordarlo servirá para mantener, en todo momento, una actitud de profunda gratitud por la incomparable gracia de nuestro Señor.

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