Disfrutando de la vista en una zona boscosa, deparé en el gran escenario que tenía delante de mis ojos. Había árboles viejos y nuevos, algunos muy altos, otros no tanto; también los había de troncos anchos y de troncos delgados y una gran variedad de hojas con sus colores. Entre los árboles revoloteaban diversas aves y mariposas; todos diferentes entre sí pero con una armonía asombrosa.
Este panorama me hizo reflexionar en la variedad de seres humanos que hay sobre la faz de la tierra; como aquel conjunto de árboles, diferentes entre sí, pero todos con un propósito perfecto.
Si usted observa con detenimiento, es probable que se percate de la variedad de personalidades de aquellos que le rodean. Nosotros somos todos diferentes aunque seamos de la misma familia, incluso siendo gemelos siempre hay diferencias. En lo físico hay mucha diferencia; pero es escandalosamente amplia la variedad en la personalidad. Algunos son cariñosos, otros gruñones, algunos pacificadores, otros controvertidos, los hay divertidos y otros no tanto. Sin embargo, todos juntos formamos el hermoso y perfecto bosque de Dios.
Somos diferentes unos de otros, pero para Dios todos somos del mismo valor “Porque en Dios no hay acepción de personas” (Romanos 2:11). Y si Dios es nuestro hacedor y nos ama a todos, ¿cómo nosotros siendo simples hombres y mujeres mortales, nos ponemos en la posición de rechazar o descartar a los demás?
El Señor equipó a cada persona justo con lo que necesita, para que cumpla un propósito en su paso por esta vida. Eso es algo que debemos entender para poder llegar a vivir en armonía con las demás personas. Todos debemos ocuparnos en buscar la voluntad de Dios en nuestras propias vidas y gloriarnos de quienes somos en Cristo, como dice Gálatas 6:14 “Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo”. Cristo murió por ti; pero también por todos los demás, todos tenemos los mismos privilegios.Somos diferentes unos de otros, pero para Dios todos somos del mismo valor “Porque en Dios no hay acepción de personas” (Romanos 2:11). Y si Dios es nuestro hacedor y nos ama a todos, ¿cómo nosotros siendo simples hombres y mujeres mortales, nos ponemos en la posición de rechazar o descartar a los demás?
Amemos al hermano y respetemos nuestras diferencias, porque si Dios hubiera querido que todos fuéramos iguales así nos habría creado, exacta copia los unos de los otros. La aceptación es un fruto del amor; pongámosla en práctica sin importar que la persona me agrade o no, si es santo o pecador, pobre o rico. Recordemos que el hombre no ve más allá de lo que tiene frente a sus ojos, y muchas veces nos equivocamos al apresurarnos a rechazar a alguien.
Atrévase a dar una demostración del amor que lleva dentro e incentive la armonía en su comunidad. Declare ¡Yo habito en armonía junto a mis hermanos!
Amado Dios, yo sé que solo Tú conoces las profundidades del corazón de los hombres. Te pido que me ayudes a mirar con tus ojos la gente que está a mi alrededor para poder aceptarles, tolerarles, respetarles y amarles a tu manera, para que podamos vivir juntos en armonía, por Cristo Jesús. Amén.
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