lunes, 28 de abril de 2014

Los Mansos heredarán la tierra

No ofreció resistencia, dócilmente fue llevado a la cruz; manso como cordero fue llevado al matadero. (Isaías: 53-7).
Muy a menudo, la gente asocia la palabra manso con débil. Quizá, una de las causas principales por la cual ocurre esto radica en que, algunos diccionarios dan una definición secundaria de la palabra manso como "muy sumiso". Por lo que muchos se preguntan: ¿Qué intentaría decir El Señor cuando dijo:
"Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra"? (Mateo 5:5). 
 ¿No parece estar muy claro, sí? A simple vista no, pero seguro que Jesús jamás diría: "Bienaventurados los sumisos, porque ellos heredarán la tierra".

Pero si queremos saber exactamente, lo que Dios quiso decir en Mateo 5:5, primero debemos descubrir el significado que él da a la palabra "manso", y ésto sólo lo podemos aprender leyendo otros textos bíblicos y no un diccionario común. La biblia nos enseña siempre con la misma biblia.

Ser manso según las escrituras, denota humildad. Es una actitud diligente hacia Dios, mediante la cual los creyentes aceptan ser tratados como Él desea, sin ofrecerle resistencia ni contienda. En su breve paso por la tierra, Jesús nos dejó un claro ejemplo sobre esto, Él siempre se deleitaba haciendo la voluntad de su Padre. 

La mansedumbre que El Señor manifestó hacia los hombres, era fruto del poder; Él fue manso, pues teniendo a su mando los recursos infinitos de Dios, podía haber evitado su crucifixión pidiendo a los ángeles que le protegieran, o simplemente destruyendo a sus adversarios usando la espada de su voz, pero no lo hizo, y a cambio dijo a sus angustiados y agobiados seguidores: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11:29). Sin duda, Jesucristo era y es el mejor ejemplo de mansedumbre y humildad.

Y si nos encontramos fatigados y atormentados, El Señor nos da una porción muy grande de esa paz y mansedumbre que nace de su esencia.
Nuestro Amado Dios tiene dos moradas, una está en el cielo junto a los ángeles y la otra en los corazones humildes y agradecidos de sus hijos. ¡Amén!




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