viernes, 4 de octubre de 2013

No es lo que se dice, sino cómo se escucha - Devocional

Este concepto es ilustrado ingeniosamente por el historiador Chanti, en su historieta o cómic “Mayor y menor”. En un episodio, dos hermanitos de corta edad estallan en un interminable trance de risas, a causa de una palabra que había dicho su abuela. Cuando por fin terminan de reír, exhaustos y ya más relajados, le explican a su abuela, que no entendía nada, de qué y por qué se reían, porque la gracia muchas veces no está en lo que se dice, SINO EN CÓMO SE ESCUCHA.
Esto me trajo recuerdos de mi niñez. Muchos días bastaba con que me sentara a pasar la tarde con uno de mis primos, para que cualquiera de nosotros hiciera o dijera cualquier cosa, suficiente para provocar un episodio largo e interminable de risas sin sentido, hasta llegar al cansancio, y ante el estupor de nuestras madres. Y creo que ya nos sentábamos a la mesa para merendar o cenar, predispuestos a ello. No importaba lo que se dijera o se hiciera, que la diversión era simplemente ¡reírnos de la nada y del sin sentido hasta quedar extenuados!
La gracia no estaba precisamente en lo que se decía o se hacía, sino en cómo se escuchaba. Y ahora, en la distancia del tiempo, el recuerdo aflora con nostalgia. Me hacían bien aquellas tardes de risas. Evidentemente, estábamos en sintonía el uno con el otro, ya que a veces ni siquiera era necesario decir ni hacer nada; bastaba con mirarnos uno al otro, para que comenzáramos nuestro loco y risueño episodio de la tarde.
Pero el concepto que nos ocupa ahora es mucho más amplio y válido en todo el universo de las relaciones humanas. Tanto es así, que del mismo modo que se han comunicado e interpretado cosas bellas y risueñas, también este mecanismo es la principal causa de  malentendidos, disputas, discusiones, desencuentros e inclusive peleas. Incluso, en el ámbito diplomático internacional, diversas relaciones entre países se han visto afectadas a causa de esto.
Desde luego que se puede y se debe andar por la vida con buenos valores, y aún así, se puede llegar a entender mal o malinterpretar un mensaje. Y también hay almas retorcidas que interpretan las cosas de forma retorcida, cosas o “tesoros” que guardan en su corazón.
Porque vemos las cosas de acuerdo al filtro que tenemos puesto ante nuestros ojos. Si usamos gafas de sol con cristales de color verdoso, ineludiblemente vamos a ver todas las cosas con ese tinte. Pues lo mismo sucede con los oídos del corazón. Las cosas se escuchan y se interpretan según el diccionario interno que hay dentro del corazón. No importa lo que se diga, sino cómo se escuche.
A los niños del cómic del principio, les causó gracia, sin importar su significado ni su contexto, el sonido y las relaciones de una palabra pronunciada por su abuela. Aplicando este gracioso episodio a nuestro ámbito, resulta que el efecto de lo que uno escribe, muchas veces no está precisamente en lo que se escribe, sino EN CÓMO SE LEE.
Quienes escribimos, lo hacemos con la más sana de las intenciones del corazón, en la certeza de que MINISTRAMOS con la palabra escrita. Lo que está escrito en la Biblia, la Santa Palabra de Dios, escrito está y es inalterable. Esta es la única palabra INSPIRADA por Dios (II Timoteo 3:16). Lo nuestro son consideraciones y reflexiones personales basadas en ella. Podrás estar o no de acuerdo con lo que escribimos, te podrá gustar o no, pero depende de ese diccionario que llevas muy en lo profundo de tu corazón, que sea de bendición, de más bendición, de mucha bendición o ¡SUPERLATIVA BENDICIÓN HASTA QUE SOBREABUNDE!
Sacrificio y ofrenda no te agrada;
Has abierto mis oídos;
Holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo;
En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado,
Y tu ley está en medio de mi corazón. He anunciado justicia en grande congregación;
He aquí, no refrené mis labios,
Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón;
He publicado tu fidelidad y tu salvación;
No oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea. Jehová, no retengas de mí tus misericordias;
Tu misericordia y tu verdad me guarden siempre.
(Salmos 40:6-11 RV60)

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