viernes, 13 de diciembre de 2013

La cara de la culpabilidad - Crecimiento personal-espiritual

Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; Ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él.
Salmos 32:5-6
Era un niño de 8 años que instintivamente contestó el teléfono de su casa y susurró “Hola”. La voz del otro lado dijo, “Sí bueno, ¿Se encuentra tu mamá en casa?” El niño contestó: “Sí, pero está ocupada,” “¿Está tu papá en casa?” “Sí pero también está ocupado…” “Bueno, ¿Hay algún otro adulto en tu casa con el que pueda hablar?” “Sí, hay un policía y un bombero” “¿Podría hablar con uno de los dos?” “No, ellos también están ocupados” “¿Bueno, y qué están haciendo todos que están tan ocupados?” Hubo una pausa muy larga y después el niño contestó, “Me están buscando”.
Cuando somos culpables instintivamente corremos a escondernos; esta acción está en nuestros genes. Esconderse fue exactamente lo que hicieron Adán y Eva cuando Dios salió a buscarles, después de que ellos comieran del fruto prohibido. Sin embargo, esconderse no es la mejor opción para tratar nuestra culpabilidad, ya que ella no se soluciona cuando la escondemos, cuando la negamos, o la cubrimos.
La próxima vez que se sienta culpable dele gracias a Dios porque aún puede sentir. Es decir, cuando el sentimiento de culpabilidad deja de existir en el alma del ser humano, significa que se ha llegado a ser insensible, y las personas insensibles llegan a ser cada vez más capaces de reaccionar con actitudes y actividades destructivas hacia los demás.
El sentimiento de culpabilidad es bueno porque tiene el potencial de mantenernos como humanos. Pero por otra parte, la culpabilidad puede devorarnos de adentro hacia fuera; ¿cómo?, asesinando nuestra paz y nuestra libertad para actuar. Este tipo de culpabilidad, por lo regular está asociado con algún error gigantesco o con una gran falta que cometimos en el pasado.

Y cuando la culpabilidad domina nuestras almas ahogará nuestra vida. Así que, cuando ese tipo de culpa inunde nuestra vida el único antídoto es La Gracia de Dios.
Como puede ver, Dios comprende nuestros fallos y errores. Y aunque Dios se entristece con nosotros, está dispuesto a perdonar todas nuestras faltas y a enmendar nuestros corazones rotos. Lo único que hay que hacer es pedírselo.
Y cuando lo hacemos, Dios intercambia nuestra culpabilidad por su Gracia. 
Así que la próxima vez que peque, que se equivoque o que falle, pídale perdón a Dios y seguro que Dios estará deseoso de perdonarle.

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